miércoles, 10 de marzo de 2010

¡ESTA COLUMNA NO SOSTIENE NADA!


Felipe II, rey de España, mandó construir el monasterio de El Escorial, para conmemorar la batalla de San Quintín, ganada a los franceses el día de San Lorenzo de 1557.

Intervinieron en la dirección de las obras tres arquitectos. El último fue Juan de Herrera. El edificio comenzó a construirse en 1561 y no se acabó hasta veintiún años después. La cripta que está bajo el panteón de los reyes tiene el techo plano, construido de tal forma que Felipe II, la primera vez que lo vio, llamó al arquitecto y le dijo:

—Para evitar que este techo se derrumbe habrá de poner una columna en medio.

—Está calculado para sostenerse sin columna, majestad.

— ¡Imposible! Os digo que os veréis obligado a ponerla.

Terminada la construcción, Felipe II vio que el techo estaba sostenido por una columna. Le agradeció su colocación al arquitecto y le dijo:

—Tuve razón al deciros que haría falta una columna.

—Sí, majestad.

Y Herrera, al decir esto, se acercó a la columna y la apartó de un puntapié. Era de cartón y no sostenía nada. Así quedó demostrado que el techo no necesitaba ninguna columna para sostenerse.

Hay personas que exigen un apoyo humano para tener fe, que se les demuestren los misterios de fe para creer en ellos. Hay que recordarles que los misterios de fe son absolutamente indemostrables. La fe católica se apoya en la autoridad de Dios que revela. Esa autoridad se funda en la ciencia y en la veracidad de Dios. Sabemos que Dios es infinitamente sabio y no puede equivocarse; que es infinitamente veraz y bueno y, por tanto, no puede engañarnos. Esos son los pilares sobre los que descansa nuestra fe. Por tanto, no hay que buscar demostración donde Jesús pide sumisión del intelecto.

Un ostáculo que se opone a la aceptación de la fe es un cierto tipo de racionalismo, que lleva a considerar a la razón humana como el único medio para alcanzar la verdad, y a rechazar -o a poner en duda- todo lo que no se ha logrado con las propias fuerzas, buscan un apoyo innecesario e inútil, como la columna de cartón que puso Juan Herrera, para creer en los misterios de nuestra fe.

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