viernes, 12 de marzo de 2010

LA CONTÓ EL PAPA DE LA SONRISA


Juan Pablo I, con aquel modo sencillo y catequético de hablar que le caracterizaba, comentó en su breve pontificado las tres virtudes teologales, “las lámparas de la santificación” las llamaba. Al citar la esperanza contó una anécdota personal:

«Hace muchos años, una señora desconocida vino a confesarse conmigo. Estaba desalentada, porque decía que había tenido una vida moralmente borrascosa.

“¿Puedo preguntarle —le dije— cuántos años tiene?”. “Treinta y cinco”.

“¡Treinta y cinco! Pero usted puede vivir todavía otros cuarenta o cincuenta años y hacer un montón de cosas buenas. Entonces, arrepentida como está, en vez de pensar en el pasado, piense en el porvenir y renueve, con la ayuda de Dios, su vida”».

El Papa le enseñaba algo que se ha resumido en esta frase, fruto de la experiencia: “No hay santo sin pasado ni pecador sin futuro”.

La esperanza cristiana se basa en la misericordia de Dios, un padre bueno y deseoso —como el de la parábola— de acoger el retorno del hijo pródigo. Visto así, aunque hay que detestar el pecado, se entiende que san Francisco de Sales hablara de las “queridas imperfecciones” que le dan a Él ocasión de mostrar su amor y a nosotros de permanecer humildes y comprender mejor las faltas de nuestro prójimo.

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