lunes, 11 de agosto de 2014

Razumikin, un hombre alegre

   
   Mató a la vieja. No te destripo nada: es el comienzo de la novela. Raskolnikov, protagonista de Crimen y Castigo y compañero de nuestra meditación de hoy, asesinó fríamente a su inmisericorde arrendataria. Frecuentaba desde hacía algún tiempo esa vivienda casi infrahumana, pero no podía hacer frente a los pagos impuestos por la cruel señora. Perdió la razón: no podía más... y mató a la vieja.

   Esta obra maestra de Dostoievsky nos cuenta la lucha de un hombre y su conciencia. Vale la pena leerla. En el conjunto de peripecias sufridas por Raskolnikov, aparecen infinidad de personajes perfectamente descritos: su físico, su personalidad, la conciencia, los gustos... todo. Unos coléricos, otros mansos; unos cuerdos, otros locamente perdidos... Leer esas páginas significa contemplar un magnífico desfile de tipos de personalidad y modelos de vida. Por eso, leer ayuda tanto al lector a madurar y conocer cómo es el hombre: sus deseos, sus inquietudes, sus amores, sus decepciones. ¡Qué importante es dejar tiempo para la lectura en nuestra vida: novelas buenas, provechosas, que enseñan y hacen disfrutar como pocas cosas en la vida!


 De entre esa pléyade de personajes, destaca Razumikin. Buen amigo del protagonista, brilla por su alegría y buen humor: siempre está contento. De él se dice que, aunque llueva o haya sequía, haga frío o calor espantoso, viva en un palacio o debajo de un puente... siempre estaba feliz. Nada puede borrar la sonrisa de su boca: es una figura fundamental, tanto para levantar el humor de Raskolnikov, como para animar el corazón del lector, que más de una vez queda abatido ante la multitud de dramas que Dostoievsky desarrolla.

Siempre estaba contento. Pídele a Dios que pueda ser este el sello de tu vida, la huella que dejes en las conciencias, el rastro de tu paso de hijo de Dios por las vidas de los hombres.
¿Qué tendrá este chico o esta chica para iluminar así? ¿Acaso no veis todos el brillar de su sonrisa?

Estar siempre alegre no significa que no haya dolor en la propia vida. Me explico. Hay dos motivos que hacen que el ánimo decaiga.

El primero es el pecado, que ensombrece el alma y crea amargura en el corazón. Es fácil deshacerse de esta tristeza (por pura gracia y misericordia de Dios): basta desterrarla rápidamente con una buena confesión y tratar de no pensar más en la caída.

El otro motivo de desasosiego es la sospecha de perder a una persona amada o las seguridades de la vida. Una situación tal genera angustia en nuestra pobre alma y hace que nos sintamos muy desamparados. Se trata de una tristeza natural que nace del amor a los demás o a la propia supervivencia; es compleja, de modo que en nuestra oración de hoy vamos a meditar unos consejos para vencerla.

Ante los acontecimientos de la vida que causan dolor, lo primero es considerar que la tristeza es más intensa al principio, pero se mitiga con el paso del tiempo. En una palabra, hay que tener paciencia.

Los cristianos han asombrado desde el principio por su alegría. Y han mostrado su origen: la amistad con Jesucristo. El Señor consuela y desvela poco a poco el sentido del dolor. Jesús ya cargó con nuestro dolor cuando subió a la Cruz, para darle un sentido nuevo. Unidos a Él, el sufrimiento se convierte en un tesoro.

Fulgencio Espá / Juan Ramón Domínguez


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