sábado, 3 de abril de 2010

LA MUERTE DE MI HIJO FUE UN GOLPE TREMENDO


Cuando aún sudaba la camiseta del Madrid, había niños que en el recreo se pedían Del Corral, por más que él no se lo crea (”¡Pero si era un paquete!”). Tras colgar las botas de basket, Alfonso del Corral, siguió vinculado al equipo como jefe de sus servicios médicos. En 1997, horas después de que el Madrid se proclamara campeón de Liga, Del Corral recibía la peor de las noticias: el accidente doméstico en el que su hijo Álvaro perdió la vida.

-Aquel accidente…

-Supuso un cambio, la tormenta perfecta que descabaló mis objetivos, mis esquemas. Fue un golpe tremendo.

-¿Cómo era él?

-Un ser especial, bendecido por Dios. En casa decimos que era un niño que vino al mundo con una misión.

-En su caso ¿en qué consistió?

-Su muerte fue un choque tan grande que desencadenó una búsqueda de respuestas que me hizo vivir una fuerte experiencia de Dios. Cambié radicalmente.

-Y ese tipo de experiencia ¿no puede vivirse en momentos de alegría?

-Es un tema interesante el del dolor. Cuando Dios se lleva a un hijo tuyo, te quedas desnudo. Es una verdad tan brutal que hace que te despojes de los tópicos, de las frases hechas, de lo que no sirve.

-Aparte de desnudo ¿cómo se quedó?

-Con la guardia baja, sin defensas. Y es ese momento el que aprovecha el Señor, que está constantemente intentando actuar en tu vida, para entrar en tu corazón.

-Antes de la pérdida de su hijo ¿cómo vivía su fe?

-Era una fe mal vivida, mal practicada y mal testimoniada. Bastante pobre, vaya. Era una fe a medida, a mi medida. Yo diría que era una fe heredada.

-¿Heredada?

-En el sentido de que era católico practicante porque en casa de mis padres éramos católicos practicantes.

-¿Les echa en cara que no le hicieran vivir la fe más a fondo?

-¡No! Mis padres plantaron en mí una semilla que cuando tuvo que dar fruto, lo dio. Y eso, plantar una semilla, es lo que hacemos los padres que educamos cristianamente a los hijos.

-Hijo de marinos. ¿Imprime carácter?

-Probablemente sí. Tenga en cuenta que aquélla fue una generación de hierro cuyo principio en la vida fue el deber.

-¿Y usted se rebelaba?

-De jovencito quizás un poco, aunque enseguida encaucé mi rebeldía con el deporte.

-Ahí quería llegar. ¿El deporte como escuela de vida?

-El deporte, qué duda cabe, es algo sano, que te ayuda a desahogar energías, a encontrar el equilibrio, a estar en paz. La competición, el juego en equipo, caer y levantarse… Todo son valores positivos. Yo lo recomiendo muchísimo.

-Volviendo a los hijos. ¿Y si se tuercen?

-No hay que perder la esperanza; ahí está la semilla. Mire, estudié en un colegio, el Maravillas, donde la fe no se imponía, se proponía.

-O sea, que nada de imposiciones.

-Es que no sirve de nada. La fe se vive y punto. Es una experiencia, un encuentro. Yo no creo en historias para niños, en cuentos de curas. Yo creo en el Resucitado.

-Y quiere que los suyos también.

-Respetando, por supuesto, su libertad.

ALBA

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