viernes, 23 de abril de 2010

OPERACIÓN RESCATE PROVIDA EN NEW YORK


«Lo único que necesitaba aquella mujer era alguien que le ayudase, y bastó conmigo: un cualquiera de 21 años», cuenta Javier. He aquí su testimonio.

Se bajó de un coche negro que se había detenido junto a la puerta. Tendría unos 35 años. Yo sólo disponía de cinco segundos para acercarme a ella y para tratar de convencerla para que no entrase. Era muy poco tiempo. Menos aún si se tiene en cuenta que en aquel momento yo era un cualquiera de 21 años que había terminado 3º de Publicidad y Relaciones Públicas en Pamplona y que llevaba sólo unos días en Nueva York. Pero había que intentarlo. Por eso, Ignacio y yo fuimos rápidamente a su encuentro.

La mujer estaba ya en la primera puerta cuando llegamos a su altura y empezamos a decirle todo lo que se nos pasaba por la cabeza: “Tenemos ayuda gratis”, “Tú no quieres esto para tu bebé”, “No es tu última opción”, “El niño te querrá”... Eran más o menos los argumentos que nos habían repetido en Expectant Mother Care (EMC), la organización provida con la que acabábamos de empezar a colaborar. Ella continuó hacia la segunda puerta como si no nos escuchara. Nosotros insistíamos, aunque pensábamos que no había mucho que hacer.

Cuando ya tenía agarrado el pomo de la puerta, se detuvo mirando al suelo, dubitativa. Después levantó la vista y nos miró a nosotros. Luego a la puerta. Y se puso a llorar. “¡No entres!”, le pedimos. Se quedó inmóvil, llorando. Estuvo así durante casi diez minutos, hasta que soltó el pomo y vino hacia nosotros.

Sus ojos eran un poema, suplicaban ayuda. Ella sabía que en su interior había un niño, pero estaba sola, desesperada, sin dinero. Nos abrazó mientras reía y lloraba a la vez. Lo único que necesitaba era alguien que le ayudase, y bastó conmigo: un cualquiera de 21 años. Nuestra jefa en EMC la llevó a una casa de maternidad, y después supimos que esperaba gemelos y que estaba muy feliz, que sólo la desesperación le había llevado hasta la puerta de aquella clínica.

Cuando me confirmaron que no iba a abortar, en vez de sonreír de oreja a oreja me quedé aturdido: un tío de 21 años, que sale tres veces por semana, que aún estudia en la universidad, que lo único que quiere es irse con los colegas, que es más vago que nadie, había conseguido que una mujer no abortara.

Uno piensa que una historia así es algo que sucede en las películas; que hay unos pocos “elegidos” por ahí que se encargan de ayudar a los demás. Y de elegido nada: un chico de 21 años se puso delante de una chica y le dijo unas pocas palabras. Eso era todo lo que ella necesitaba en aquel momento.

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