Caminaba un montañero hacia un refugio de alta montaña. El sendero subía más y más, y en ocasiones resultaba difícil dar un paso; el frío azotaba su cara, pero el lugar era impresionante por el gran silencio que allí reinaba y por la belleza del paisaje.
El refugio, sencillo y tosco, resultó muy acogedor. Muy pronto observó que, sobre la chimenea, estaba escrito algo con lo que se identificó plenamente: «Mi puesto está en la cumbre». Allí está también nuestro sitio: en la cumbre, junto a Cristo, en un deseo continuo de aspirar a la plenitud de vida cristiana en el lugar donde estamos y a pesar de conocer bien el barro del que estamos hechos, las flaquezas y los retrocesos. Pero sabemos también que el Señor nos pide el esfuerzo pequeño y diario, la lucha sin tregua contra las pasiones que tienden a tirarnos para abajo, el no pactar con los defectos, con los errores. Lo que nos hará perseverar en este combate es el amor, el amor profundo a Cristo, a quien buscamos incesantemente.
Francisco F. Carvajal, Hablar con Dios
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