Aún no había sido el atentado. En el Aula Pablo VI había más de 7.000 personas. El Papa avanzaba por el pasillo central donde al final una inmensa Resurrección, escultura de Pier Luigi Nervi, le esperaba con los brazos abiertos. Las gentes se lanzaban contra las vallas como jugadores de rugby en apasionada melé por tocar al Papa Juan Pablo II.
Él se acercaba a ambos lados, lento, sonriente, divertido como encantado con el griterío, dando la mano fugazmente. Una mujer casi asfixiada por los apretujones gritaba más que otras:
«¡Santidad, Santidad!»
De pronto se encuentran las miradas. El Papa Juan Pablo II se acerca. Le toma de la mano:
«¿Sí? Dime»
A aquella mujer el corazón le empieza a latir con tal fuerza que ya solamente oye su corazón y el del Papa:
«Santo Padre, rece… —balbucea, ¡ahora no sabe qué decir!— rece por España»
«Lo hago, lo hago»
«Pero… pero sobre todo —añade ya con la boca seca, la mano sudorosa entre las del Papa— pero, sobre todo, rece por mi marido —mientras coge por el brazo al hombre que tiene al lado— porque… porque él está apartado de Dios»
En ese mismo momento el marido tuvo fuertes sentimientos de muerte, aunque nunca supo con certeza si sobre él mismo o sobre su esposa. Juan Pablo II miró con ternura a aquel enrojecido hombre, tomó sus manos entre las suyas. Con mirada tierna y profunda a la vez acercó su boca al oído del azarado hombre:
«Hijo. Vuelve. Se pasa tan mal lejos de Cristo»
Y en aquel momento el Papa, aquel hombre y su mujer, volvieron a oír el griterío: ¡Viva el Papa! ¡Juan Pablo II te quiere todo el mundo! Hasta ese momento en la Sala Nervi solamente estaban ellos tres. A la salida, el hombre pasó del aula al confesionario del Vaticano y pidió perdón a Dios por su vida alejado de Él.
INTERROGANTES.NET
Las reflexiones que hago a continuación siguen a las contenidas en filiación divina
Veíamos que la grandeza humana radica en ser hijos de Dios y, por ello, llamados a la plenitud de felicidad infinita que sólo Dios tiene.
Esa grandeza choca frontalmente con la existencia del mal. ¿Cómo es posible que un Dios infinitamente bueno permita el mal? ¿Qué decir del "silencio de Dios" ante el sufrimiento de los inocentes? El mal parece, en ocasiones algo invencible, su existencia ¿se debe a una obra creadora imperfecta en su raíz?
La respuesta a estos interrogantes es que Dios nos ha creado libres y respeta nuestra libertad. Todo el mal que existe en el mundo se debe al mal uso de la libertad que hemos hecho los hombres a lo largo de la historia.
Dios no tenía ninguna obligación de rescatarnos. No hubiera sido injusto si se hubiera quedado cruzado de brazos.
Pero es nuestro Padre. Y no se conformó con enviar a un ángel, o a un hombre -como mediador- para vencer la maldad humana.
Dios se hizo hombre para salvarnos.
Una sola lágrima de Jesús hubiera bastado, pues una lágrima divina hubiera tenido un valor infinito, por ser una lágrima de Dios.
Pero Dios derramó en la cruz toda su sangre por nosotros. Con esa acción portentosa perdonó los pecados de todos los hombres de todos tiempos.
Además cargó con todos los dolores y sufrimientos humanos para darles un sentido nuevo.
En otra entrada os hablaré del dolor humano. Ahora me detengo sólo en el pecado.
Para entender la insondable maldad de los pecados humanos basta mirar a Jesús. El pecado no es una falta de ortografía. Es coser con hierros a Cristo en la Cruz y hacerle saltar el corazón.
¿Cómo se aplica ese perdón extraordinario de la Cruz a nuestros corazones? Rembrandt lo ha inmortalizado en una de sus obras maestras: el abrazo al hijo pródigo.
Aquel joven quedó asombrado y lleno de felicidad cuando recibió el perdón de su padre y lo que llevaba consigo: recuperar por completo su dignidad perdida (representada en los gestos del padre: el mejor traje, el anillo precioso, la mejor fiesta...) y el borrar por completo su pasado inicuo.
En este contexto, entendemos cómo un rosario inacabado de conversos a lo largo de la historia cuentan que fue decisivo en el proceso de su conversión el conocer la existencia del sacramento de la penitencia.
Benedicto XVI decía a los jóvenes en la JMJ de Madrid que Dios sabe la necesidad que tenemos de ese signo sensible: las palabras de la absolución sacramental con las que Dios realiza en nuestro corazón lo que el padre hizo con el pródigo.
En la JMJ de Madrid se confesaron centenares de miles de jóvenes. Muchos de ellos al ver la alegría con la que sus compañeros y amigos salían de los confesionarios instalados en el madrileño parque del Retiro.
El Papa les recomendó en la despedida que llevaran este mensaje por todas partes.
Coincidiréis conmigo que afrontamos correctamente el problema del mal en el mundo cuando invitamos a todos los hombres a vencer el mal que tienen en su corazón.
Ojalá todos nos decidiéramos a vivir el recorrido del hijo pródigo y enseñáramos a los demás a hacerlo.
Acudamos a la intercesión de Juan Pablo II para que, con inmenso cariño, nos diga las mismas palabras que dirigió a aquel marido extraviado.
Juan Ramón Domínguez
Las reflexiones que hago a continuación siguen a las contenidas en filiación divina
Veíamos que la grandeza humana radica en ser hijos de Dios y, por ello, llamados a la plenitud de felicidad infinita que sólo Dios tiene.
Esa grandeza choca frontalmente con la existencia del mal. ¿Cómo es posible que un Dios infinitamente bueno permita el mal? ¿Qué decir del "silencio de Dios" ante el sufrimiento de los inocentes? El mal parece, en ocasiones algo invencible, su existencia ¿se debe a una obra creadora imperfecta en su raíz?
La respuesta a estos interrogantes es que Dios nos ha creado libres y respeta nuestra libertad. Todo el mal que existe en el mundo se debe al mal uso de la libertad que hemos hecho los hombres a lo largo de la historia.
Dios no tenía ninguna obligación de rescatarnos. No hubiera sido injusto si se hubiera quedado cruzado de brazos.
Pero es nuestro Padre. Y no se conformó con enviar a un ángel, o a un hombre -como mediador- para vencer la maldad humana.
Dios se hizo hombre para salvarnos.
Una sola lágrima de Jesús hubiera bastado, pues una lágrima divina hubiera tenido un valor infinito, por ser una lágrima de Dios.
Pero Dios derramó en la cruz toda su sangre por nosotros. Con esa acción portentosa perdonó los pecados de todos los hombres de todos tiempos.
Además cargó con todos los dolores y sufrimientos humanos para darles un sentido nuevo.
En otra entrada os hablaré del dolor humano. Ahora me detengo sólo en el pecado.
Para entender la insondable maldad de los pecados humanos basta mirar a Jesús. El pecado no es una falta de ortografía. Es coser con hierros a Cristo en la Cruz y hacerle saltar el corazón.
El hijo pródigo (detalle) |
Aquel joven quedó asombrado y lleno de felicidad cuando recibió el perdón de su padre y lo que llevaba consigo: recuperar por completo su dignidad perdida (representada en los gestos del padre: el mejor traje, el anillo precioso, la mejor fiesta...) y el borrar por completo su pasado inicuo.
En este contexto, entendemos cómo un rosario inacabado de conversos a lo largo de la historia cuentan que fue decisivo en el proceso de su conversión el conocer la existencia del sacramento de la penitencia.
Benedicto XVI decía a los jóvenes en la JMJ de Madrid que Dios sabe la necesidad que tenemos de ese signo sensible: las palabras de la absolución sacramental con las que Dios realiza en nuestro corazón lo que el padre hizo con el pródigo.
En la JMJ de Madrid se confesaron centenares de miles de jóvenes. Muchos de ellos al ver la alegría con la que sus compañeros y amigos salían de los confesionarios instalados en el madrileño parque del Retiro.
El Papa les recomendó en la despedida que llevaran este mensaje por todas partes.
Coincidiréis conmigo que afrontamos correctamente el problema del mal en el mundo cuando invitamos a todos los hombres a vencer el mal que tienen en su corazón.
Ojalá todos nos decidiéramos a vivir el recorrido del hijo pródigo y enseñáramos a los demás a hacerlo.
Acudamos a la intercesión de Juan Pablo II para que, con inmenso cariño, nos diga las mismas palabras que dirigió a aquel marido extraviado.
Juan Ramón Domínguez
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