Todo un personaje del que desconocemos su fuero interno actual, pero al que imaginamos libre y atento a lo que suscita la realidad y dispuesto a seguir buscando y profundizando las respuestas en el viento
La semana pasada Bob Dylan cumplía 70 años. "How many roads must a man walk down/ before you call him a man?" Desgarraba un joven la primera estrofa de Blowin' in the wind a la guitarra, el himno de su ídolo al que imitaba en su crecido pelo ensortijado y con el que se identificaba, como muchos de nosotros, en tratar de encontrar la respuesta en el viento a los avatares de la vida. Aquel muchacho sucumbió en el intento y no ha llegado a felicitar en su 70 cumpleaños a quien imitaba.
Como él, muchos fueron seducidos por la droga. Salvador moriría unos meses después de cantarnos a un grupo de amigos una de las canciones más emblemáticas de uno de los cantautores que más ha influido, y lo sigue haciendo, en la música popular del siglo XX, Robert Allen Zimmerman, conocido artísticamente como Bob Dylan (Minnesota, 1941, EE.UU).
Con sus siete décadas en la mochila, Dylan se sigue zafando de su leyenda para reinventarse, como lo ha hecho repetidamente, y continúa su marcha sin desvelar cuál es su pulsión interior actual. Recluido en su silencio ante el mundo, ha ido viviendo con esa tensión que le ha llevado a apostar por muchos y variados caminos personales y musicales en sus cerca de 50 años de vida artística en los que ha alumbrado alrededor de medio centenar de álbumes de estudio (el último, uno de villancicos en 2009), otros en directo, a obtener el reconocimiento en distintos premios, entre ellos el de las letras francesas y el Príncipe de Asturias, y al que han querido nominar para el Nobel de Literatura.
Más allá de su casi gangosa voz nasal y de su estilo discursivo en sus canciones que le han hecho inigualable y, en los primeros años, incomprendido (en 1962 saca su primer disco, Bob Dylan, y vende 5.000 ejemplares. Simon y Garfunkel ironizaron su estilo en un tema), este judío universal ha apostado fuerte por renovar la música popular del siglo XX y dotarla de contenidos vitales y sociales.
Ya desde el inicio de su carrera, marcaba su rumbo por expresar musicalmente lo que llevaba dentro y veía a su alrededor: «Lo que pasaba con el rock'n'roll para mí no era suficiente. Había muy buenas frases pegadizas y un ritmo contagioso, pero las canciones no eran serias o no reflejaban la vida de un modo realista. Sabía eso cuando me metí en la música folk, era una cosa más seria. Las canciones estaban llenas de tristeza, de triunfo, de fe en lo sobrenatural, y tenían sentimientos más profundos».
Su apuesta por seguir los pasos de los grandes folkmen, como Woody Guthrie (del que diría: «Puedes escuchar sus canciones y aprender a vivir»), Pete Seeger y otros le llevó a vivir comprometido con muchas causas, como los derechos civiles de los negros del Sur, entre otras, al tiempo que conservaba su autonomía de juicio y no sucumbía a posiciones maniqueas porque conocía la amalgama de bien y mal que anida en cada uno de nosotros, como demostró ebria y airadamente durante la entrega en 1963 del premio Tom Paine, del Comité Nacional de Emergencia de las Libertades Civiles, alegando ver algo de sí mismo y de todos los hombres, incluidos los miembros de dicha institución, en el supuesto asesino de Kennedy (el crimen del presidente estadounidense se había producido en fecha reciente).
Dispuesto siempre a ser protagonista, cambió su sonido original de voz, guitarra y armónica incorporando instrumentos eléctricos, con la crítica subsiguiente de los puristas del folk. Dylan había aparecido previamente en el Newport Folk Festival en 1963 y 1964, pero en esta ocasión se topó con una mezcla de vítores y abucheos, y tras interpretar tres canciones abandonó el escenario. De igual modo, en mayo de 1974 salvó la inasistencia popular al homenaje de varios artistas a Salvador Allende anunciando su participación, lo que precipitó que se vendieran todas las entradas.
Conversión al cristianismo
Autodidacta y abierto a todo, Dylan coqueteo con todo tipo de experiencias, incluso con las drogas, compartió su vida con varias mujeres (se casó con dos con las que ha tenido cinco hijos) y rastreó la veracidad de las respuestas al sentido de su vida que le ofrecía el ambiente. Fue educado en el judaísmo y ha mantenido su sentido trascendente —como demuestra la anterior alusión a los mensajes de la música folk— y por su posterior conversión al cristianismo, materializada a finales de los setenta tras confrontar sus objeciones con varios sacerdotes.
Ésta no vino por una depresión motivada por un accidente de moto que tuvo, como argumentan algunos detractores que ven en estas vueltas a la religión de algunos artistas signos de debilidad mental y antesalas depresivas: «Lo estaba haciendo todo bien —ha subrayado más tarde—. Estaba contento. Algunos amigos mencionaban cosas sobre Jesús. Mucha gente piensa que Jesús llega a la gente cuando están deprimidos o se sienten miserables. Ésa no fue la forma en que llegó a mí». Lo sucedido lo contó sin arrobos durante un concierto en 1980 del siguiente modo: «Jesús me dio unos golpes en el hombro; me dijo: "Bob, ¿por qué te resistes a mí?". Yo dije: "no me estoy resistiendo". Entonces me preguntó: "¿Vas a seguirme?". Yo dije: "Bueno, no lo había pensado"».
Por esta posición, Dylan sufrió el ataque de muchos, incluso ninguneando sus discos de aquella época, como Slow train coming, Saved y Shot of love, a los que respondería con esa altiva elegancia de quien es libre y le traen al pairo los comentarios: «Años atrás decían que yo era un profeta. Yo decía: "No, no soy un profeta", y ellos dicen: "sí, lo eres, eres un profeta". Y yo contestaba: "No, no soy yo". Ellos decían: "Seguro que eres un profeta". Me convencían de que era un profeta. Ahora vengo y os digo que Jesús es la respuesta. Y ellos dicen: "Bob Dylan no es un profeta". Simplemente, no pueden manejarlo».
Todo un personaje del que desconocemos su fuero interno actual, pero al que imaginamos libre y atento a lo que suscita la realidad y dispuesto a seguir buscando y profundizando las respuestas en el viento; aquellas a las que desgraciadamente no esperó la impaciencia de Salvador y a las que se refirió en 1997 Juan Pablo II cuando glosó su Blowin' in the wind ante cerca de 300.000 personas y antes de escuchar al cantante más influyente del siglo XX en el Vaticano:
«Hace poco un representante vuestro ha dicho que la respuesta a las preguntas de vuestra vida "está soplando en el viento". ¡Es verdad! Pero no en el viento que todo dispersa en los remolinos de la nada, sino en el viento que es soplo y voz del Espíritu, voz que llama y dice "¡ven!" (cfr Ap 22, 17). Me habéis preguntado: ¿cuántos caminos tiene que recorrer un hombre para poderse reconocerse como hombre? Os contesto: ¡uno! Uno solo es el camino del hombre, y éste es Cristo, que ha dicho "Yo soy el camino"(Jn 14,6). Él es el camino de la verdad, la calle de la vida».
Y el Papa concluyó:
«mi augurio es que vosotros también podáis, con Simón Pedro y los otros discípulos, encontrar a Cristo para decirle: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna" (Jn 6, 67). Sí, Jesús tiene palabras de vida eterna».
Enrique Chuvieco
PaginasDigital.es / Almudí
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Por favor... "The answer is blowin' in the wind" significa "La respuesta se la lleva el viento". Nada de flotando en el viento, soplando en el viento ni tonterías varias.
ResponderEliminarNo sé como se ha podido generalizar tanto una malísima traducción.
LA RESPUESTA SE LA LLEVA EL VIENTO!