No cabe duda de que el "elemento humano" de la Iglesia deja, a veces, algo que desear; o dejamos algo que desear, para ser más precisos. Pero los errores y pecados de los hombres no ensombrecen su carácter sobrenatural. Quizás sucede lo contrario: ponen más de relieve que, a pesar de los pesares, la barca de Pedro supera tempestades y vence temporales que parecían hundirla.
Se cuenta que una vez Napoleón, en su época de mayor esplendor, llamó a palacio al Nuncio del Papa en Francia. Durante la entrevista el Emperador dejó caer de modo muy fino, con una suave sonrisa en los labios:
-Monseñor, si el Papa no cede en este negocio que tanto me interesa, creo que va a tener que pensar en un nueva Iglesia.
El otro tenía a sus espaldas varios siglos de diplomacia vaticana, así que no se descompuso, y con la misma suavidad e ironía, respondió:
-Señor, puede ser una empresa ardua destruir la Iglesia. Incluso para nosotros, los Obispos, sería difícil conseguirlo...
-Señor, puede ser una empresa ardua destruir la Iglesia. Incluso para nosotros, los Obispos, sería difícil conseguirlo...
J. EUGUI
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