Esta es la realidad que muchos no quieren admitir: la ciencia, que tiene como objeto lo experimentable, carece de respuestas para todo lo que trasciende lo sensible. El científico debe acudir a la filosofía y a la teología para alcanzar las respuestas últimas.
Entrevistaba a Severo Ochoa, el Premio Nobel español ya fallecido, la periodista Pilar Urbano ("El Mundo", 4-IX-1993), y el sabio hizo al final una interesante confesión. Porque la periodista se decidió a preguntar sobre cuestiones últimas: ¿qué es la vida?, ¿cuál es su origen?, ¿qué es la muerte?, ¿qué hay después?, ¿sabe usted dónde está el amor de su esposa?, ¿me podría explicar sobre una pizarra por qué, al atardecer, se pone usted tan triste?
Y Severo Ochoa escuchaba, pensaba, no respondía, o sólo decía: no lo sé. Refiere la entrevistadora: "Al fin, se puso en pie, altísimo como era. Dio una vuelta por la sala. Volvió. Me miró desde arriba, en contrapicado. Y soltó una tremenda confesión: No tengo ni una sola respuesta para nada de lo que de verdad me interesa. Puedes escribir bien grande que te he dicho que soy un extraño sabio... un sabio que no sabe nada".
JULIO EUGUI
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