martes, 20 de marzo de 2012

CÓMO CRECER

   Un rey fue hasta su jardín y descubrió que sus árboles, arbustos y flores se estaban muriendo. El Roble le dijo que se moría porque no podía ser tan alto como el Pino. Volviéndose al Pino, lo halló caído porque no podía dar uvas como la Vid. Y la Vid se moría porque no podía florecer como la Rosa. La Rosa lloraba porque no podía ser alta y sólida como el Roble. Entonces encontró una planta, una fresia, floreciendo y más fresca que nunca. 

   El rey preguntó: ¿Cómo es que creces saludable en medio de este jardín mustio y sombrío? No lo sé. Quizás sea porque siempre supuse que cuando me plantaste, querías fresias. Si hubieras querido un Roble o una Rosa, los habrías plantado. En aquel momento me dije: "Intentaré ser Fresia de la mejor manera que pueda". Ahora es tu turno. Estás aquí para contribuir con tu fragancia. Simplemente mírate a ti mismo. No hay posibilidad de que seas otra persona. Puedes disfrutarlo y florecer regado con tu propio amor por ti, o puedes marchitarte en tu propia condena..."

   Conocerte bien, aceptarte como eres, crecer en autoestima. Una anécdota que ayuda a pensar en esa dirección. Reconocer a Dios como Padre y sabernos hijos suyos en todo momento ayuda a reaccionar como la fresia. 

ANECDONET

  Esta anécdota nos ayuda a hacernos una pregunta esencial: ¿Quién soy  yo? La respuesta que damos todos es: soy un individuo de la especie humana. Si pensamos con  más calma llegaremos a la conclusión de que la respuesta no se agota pensando en nuestros padres. Al remontarnos llegaremos a la primera pareja y nos interrogaremos además sobre el origen del hombre. 

   Por otra parte, nuestros padres explican el origen de nuestro cuerpo, no el de nuestro yo, nuestro espíritu o como le queráis llamar. Tanto el origen del primer hombre, como el de nuestro espíritu nos elevan al Ser Supremo artífice de todo lo que existe.

   Juan Pablo II explicaba con frecuencia que para conocer en plenitud la dignidad humana hacía falta acercarse a Jesucristo. El Señor nos revela que Dios es nuestro Padre: todos somos hijos de Dios.

   En la historia hay grandes ejemplos de adopción. Uno de los más sonados es el de un soldado hispano del ejército romano. El emperador Nerva  se fijó en el joven Trajano que fue ascendiendo en la escala militar por méritos propios hasta llegar a ser general del ejército imperial. Nerva no tenía hijos. Quería tanto a Trajano que lo adoptó como hijo. A su muerte, Trajano llegó a ser emperador. 


   Con todo su poder, Nerva, que había elevado a Trajano de la nada a la dignidad imperial no pudo darle su sangre. Es evidente que la adopción humana no puede llegar a eso.


   Pero Dios si puede hacerlo. Jesucristo, al hacernos hijos de Dios nos da la vida divina mediante la gracia que nos confiere con sus sacramentos.


   Así como la fresia del cuento acierta viviendo según su condición, nosotros debemos recordar la nuestra, o redescubrirla, si se hubiera difuminado.


   Con frecuencia, en todos los ambientes en los que me encuentro, me gusta preguntar: ¿cuándo ha sido la última vez que has rezado con el corazón el Padrenuestro? ¿Por qué no te animas a recordárselo a los demás, sean o no cristianos? Recuerda que Jesús vino a salvar a todos los hombres.


   Es muy importante que recordemos que Dios es nuestro Padre y que está siempre a nuestro lado, nos demos cuenta o no de ello.


   Os invito a rezar despacio el Padrenuestro y, una vez hecho, desgranar en la presencia de Dios todas vuestras preocupaciones: la familia, la profesión, los amigos, los compañeros, los vecinos, todo el mundo. Y con magnanimidad pedir por las necesidades de todos los hombres.


    Entendemos así mejor la alegría de los cristianos de todos los tiempos que radica en saberse y vivir como hijos de Dios.


Juan Ramón Domínguez
 

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