Dicen que un día Santo Tomás de Aquino, en la soledad de la iglesia de Santo Domingo en Nápoles, recibió una invitación de un Cristo esculpido que le indicaba que podía pedirle cualquier cosa, lo que quisiera, cualquier recompensa de este mundo.
Y comenta G. K. Chesterton, en su biografía del Santo, que no nos lo imaginamos pidiendo dinero, o la corona de Sicilia, ni un barrilito de vino añejo; en todo caso, sí, un manuscrito perdido de San Juan Crisóstomo, o la solución de un gran problema teológico, o mayor inteligencia... Pero, no; Santo Tomás se limitó a decir:
-Elijo a Vos mismo.
J. EUGUI
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