Por lo general, cada uno «ha nacido» para realizar un trabajo determinado. Hay quien sirve para pintor, hay quien sirve para poeta, hay quien sirve para médico; etc. Lo mejor es dedicarse a aquello para lo que «se vale», y pensar que a Dios se le sirve bien desde cualquier parte.
Así se explica que una persona pueda sentirse feliz siendo un buen agricultor, un buen mecánico o un buen electricista, sin tener por qué envidiar otras profesiones que supongan unos conocimientos superiores. Bernard Shaw retrata este hecho, con fina ironía, en una de sus obras; aparecen en escena varios personajes: un camarero llamado William, sabedor de su oficio, que atiende con soltura a una pareja de jóvenes a la que acompaña un joven abogado. Durante la conversación, la chica averigua que el abogado es hijo del camarero y con cierto asombro le reprocha a éste:
-¡William... ! ¿por qué no nos lo has dicho?
Y el servicial William, algo ruborizado, se limitaba a contestar:
-Ha tenido que ser abogado porque no servía para camarero.
Cfr. J. A. García-Prieto Segura, Comprometerse en la vocación
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