martes, 13 de marzo de 2012

Mi hermano, el Papa

   
   Poder mirar a través de los ojos del hermano del Santo Padre es un privilegio posible gracias al libro «Mi hermano, el Papa», de Georg Ratzinger y Michael Heseman, periodista que ha entrevistado al sacerdote. En sus hojas podemos descubrir tanto anécdotas sobre el Sumo Pontífice como determinadas circunstancias que marcaron de por vida a Joseph.

    Así, los padres de los hermanos Ratzinger se conocieron gracias a un anuncio por palabras que el cabeza de familia publicó en el periódico «Altötttinger Liebfrauenbote»: «Funcionario estatal de rango medio, soltero, católico, de 43 años, pasado intachable, oriundo del campo, busca casarse pronto con una joven católica buena y aseada que sepa cocinar y realizar todas las tareas domésticas, que tenga también conocimientos de costura y posea ajuar». María Peitenr respondió a esta llamada y cuatro meses más tarde la pareja contrajo matrimonio. Aunque a los esposos sólo les separaban siete años, Georg recuerda que eran muy diferentes:«Mi madre siempre estaba alegre, era amable con todos y solía entonar cantos marianos mientras fregaba los platos. Su calidez compensaba siempre en nuestra infancia la severidad de nuestro padre», apunta.
El belén familiar
En 1929 toda la familia se mudó a Tittmoning, a orillas del Salzach. Allí daban paseos junto al río y en esas excursiones encontraron numerosas piedras de toba, que solían recoger y llevar a casa. Con esas rocas volcánicas que encontraron posteriormente montaron un nacimiento que ahora tiene Benedicto XVI en su residencia: «Mi hermano todavía conserva el pequeño belén de la familia con las piedras de toba del Tittmoning y lo pone en Navidad en el comedor de su apartamento en el Palacio Apostólico».
La contienda fue un acontecimiento que cambió la vida de toda la familia. El padre nunca ocultó la profunda aversión que sentía por Hitler, pero cuando comenzó la guerra, ninguno de los hermanos pudo evitar que el sistema alemán les requiriera. En 1942 Georg fue reclutado en el Servicio de Trabajo del Reich y en 1943 Joseph, junto con sus compañeros de seminario, fue obligado a incorporarse en la defensa antiaérea. Fueron unos años duros para la familia Ratzinger, y cuando volvieron a reunirse todos los miembros, Georg supo que habían cambiado para siempre. «La experiencia de los años de la guerra nos había confrontado con sentimientos de miedo desconocidos.

Literalmente, miramos a la muerte a la cara. Pero nos reafirmó aún más en nuestra intención de ser sacerdotes».
Aunque los dos sacerdotes tomaron caminos separados, siempre buscaban ratos para pasar juntos. Por eso para Georg fue un duro golpe que su hermano fuera elegido Papa y no quiso hablar con nadie esa tarde: «Estaba triste porque, probablemente, ahora no tendría más tiempo para mí. De modo que esa noche me fui bastante deprimido a la cama. Toda la tarde y hasta el día siguiente, el teléfono sonó sin parar, pero me daba absolutamente igual. Simplemente no lo atendí. ‘‘¡Idos todos a freír espárragos!’’, pensé para mis adentros».
Sólo una de esas llamadas le hizo cambiar de parecer. Era la de su hermano. «Fue el ama de llaves quien atendió el teléfono por fin y me pasó a mi hermano. Me pareció muy sereno, aunque, según me contó, en el momento de su elección se quedó como si le hubiera fulminado un rayo. Ahora tengo una línea privada cuyo número sólo conoce Joseph. Cuando suena ese teléfono, sé que me llama mi hermano, el Papa».

Un hombre siempre humilde
Georg cuenta cómo a la familia Ratzinger le preocupaba que Joseph cambiara al entrar dentro de los elitistas círculos intelectuales, pero no fue así: «La carrera no lo cambió humanamente para nada. Nuestros padres pensaron que, cuando fuera profesor, se volvería un poquito artificial, pero nunca sucedió: siempre era él mismo y en la conversación privada hablaba su dialecto». Y tampoco cambió al ser elegido Papa: «Cuando fue elegido seguía siendo el mismo de antes y lo sigue siendo. No ha cambiado, tampoco se fuerza a nada e intenta no ser artificial. Se da como es y no quiere meterse en un papel. Sigue siendo el hombre bondadoso, amable y modesto que siempre ha sido».

«cuando le eligieron, me quedé Helado»
El hermano mayor de Joseph recuerda en el libro que estaba siguiendo por la televisión la elección del nuevo Papa: «Cuando se dijo el nombre Josephum me quedé helado en lo más íntimo. Sabía que, entonces, la situación se ponía tensa». Y por fin dijeron el apellido del nuevo obispo de Roma: «¡Realmente pronunció el apellido Ratzinger! Tengo que decir, con franqueza, que en aquel momento estaba bastante abatido. Para mis adentros pensé que era un gran desafío, una enorme tarea para él, y me preocupé seriamente».

LA RAZÓN

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