Se llama Steven Lewis y enseña literatura en un college de Nueva York. Y tiene siete hijos, cosa poco frecuente en la sociedad que le rodea. En un artículo publicado en el New York Times Magazine, habla de los prejuicios que algunos sienten ante las familias numerosas. Muchos le preguntan, con sonrisa burlona, cómo es capaz de acordarse de los nombres de los hijos y de sus respectivos cumpleaños, y otras cosas por el estilo. Él suele sonreír y hace una broma. Por ejemplo: "Digo que a veces llamo a alguno de los chicos por tres o cuatro nombres hasta que doy con el bueno: Eh, Cael-Nancy-Addie-Clover (¿cómo te llamas?)... ¡Danny!, acércame el pan, por favor".
Resulta que los contrarios a la familia numerosa quieren oír cosas como que a veces pierde un hijo y otros desastres, porque lo que en el fondo desean es una confirmación de que ellos hicieron muy bien teniendo sólo uno o dos. Sobre todo les intriga si se puede querer y cuidar a siete hijos, es decir, si poseen los padres suficientes reservas de cariño para todos (también consideran que los padres son unos irresponsables, incapaces de disfrutar de la vida y, encima, consumidores arrogantes de los recursos del planeta). Ciñéndonos a la cuestión de la capacidad de cariño, Steven Lewis asegura que el amor no se limita al extenderse a más personas. Él quiere a sus hijos, a cada uno, con todo el corazón. Cada uno recibe idéntica cantidad de cariño: el corazón entero.
JULIO EUGUI
Gracias por compartir este testimonio. ¨Las familias numerosas son una bendición del cielo.
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