Una mañana, llegan a Como, se detienen junto a los puestos de los vendedores de fruta. No es un mercado. Son gente de la huerta que montan sus rústicos chiringuitos a pleno sol. San Josemaría se fija en el hombre que despacha tras el puesto de sandias.
Compramos sandía y se la llevamos a vuestras hermanas? Así les ahorramos tener que ir ellas a comprarla... Anda, Javi, aunque tú eres de piso, mira a ver si consigues una bien madura.
· Al final de un diálogo breve y afable con el hijo del frutero, le dice: bueno, aquí te lo pasas muy bien eh! aprendiendo de tu padre... Tienes que quererle mucho y ayudarle, para que se canse menos.
· Certo.
· De paso, ofrécele todo lo que haces al Bambino Gesú.
Esa misma noche, en un momento en que el Padre se ha quedado a solas con D. Javier, le comenta:
· Hijo, la próxima vez que nos paremos a comprar en el puesto de sandías, trata a ese pequeñín con muchísimo más cariño; no con cuatro frases para salir del paso. Tú piensa que, quizá, esa criatura no va a tener en su vida el influjo de una formación, de una catequesis cristiana... A lo mejor eres tú el único sacerdote que va a poder hablarle del bien, del mal, de Dios, de la Virgen... Y como, además, el padre está delante, y oye lo que le dices a su hijo, puedes despertar en ese hombre un interés por las cosas de Dios. Si das pie, con pillería, en esos minutos de conversación puedes meterte en su vida y dejar en su alma la garra de Dios.
· Hijo, la próxima vez que nos paremos a comprar en el puesto de sandías, trata a ese pequeñín con muchísimo más cariño; no con cuatro frases para salir del paso. Tú piensa que, quizá, esa criatura no va a tener en su vida el influjo de una formación, de una catequesis cristiana... A lo mejor eres tú el único sacerdote que va a poder hablarle del bien, del mal, de Dios, de la Virgen... Y como, además, el padre está delante, y oye lo que le dices a su hijo, puedes despertar en ese hombre un interés por las cosas de Dios. Si das pie, con pillería, en esos minutos de conversación puedes meterte en su vida y dejar en su alma la garra de Dios.
Pilar Urbano, El hombre de Villa Tevere
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