Manuel, un enfermo de un hospital psiquiátrico, llama la atención porque nunca se queja de nada. Su cabeza no está enferma, sino su cuerpo, que sufre parálisis total desde hace muchos años. En buena lógica no debería estar en ese centro hospitalario, pero -cosas de la vida- allí ha quedado abandonado a su suerte después de haber rodado por otros establecimientos del mismo género. Él está siempre contento, y siempre elude la compasión.
Durante años lo han tenido en una habitación, "aparcado" delante de una pared. Desde su silla de mala manera logra ver, mirando de reojo, un retalito de cielo a través de la ventana que justo entra dentro de su campo visual. Pero un enfermero nuevo, algo más humanitario que los demás, toma la iniciativa de acercarlo a la ventana y de colocarle un espejo inclinado para que pueda ver el patio desde su silla. El bueno de Manuel dice:
-No se moleste, no hace falta. Dios es tan bueno que hace que de vez en cuando vea un pájaro.
En cierta ocasión el doctor Vallejo-Nágera logra que le explique el secreto de esa serenidad de ánimo. Le cuenta Manuel:
-Un día leí unos versos, no me acuerdo del autor. Explican muy bien lo que hay que hacer: "Baja, y subirás volando / al cielo de tu consuelo, / porque para subir al cielo / se sube siempre bajando".
Cfr. J. A. Vallejo-Nágera, Concierto para instrumentos desafinados
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