En 1990 un famoso equilibrista tendió una cuerda en lo más alto de las torres gemelas de Nueva York con el fin de pasar caminando sobre ella. Antes dijo a la multitud expectante: -"Me subiré y cruzaré sobre la cuerda, pero necesito que ustedes crean en mí y tengan confianza en que lo voy a lograr"...
- "Claro que sí" - , respondieron todos al mismo tiempo. Subió por el elevador y ayudándose de una vara de equilibrio comenzó a atravesar de un edificio a otro sobre la cuerda floja. Habiendo logrado la hazaña bajó y dijo a la multitud que le aplaudía emocionada: -"Ahora voy a pasar por segunda ocasión, pero sin la ayuda de la vara. Por tanto, más que antes, necesito su confianza y su fe en mí". El equilibrista subió por el elevador y luego comenzó a cruzar lentamente de un edificio hasta el otro. La gente estaba muda de asombro y aplaudía.
Entonces el equilibrista bajó y en medio de las ovaciones por tercera vez dijo: - "Ahora pasaré por última vez, pero será llevando una carretilla sobre la cuerda... Necesito, más que nunca, que crean y confíen en mí". La multitud guardaba un tenso silencio. Nadie se atrevía a creer que esto fuera posible... -"Basta que una sola persona confíe en mí y lo haré"-, afirmó el equilibrista. Entonces uno de los que estaba atrás gritó: -"Sí, sí, yo creo en ti; tú puedes. Yo confío en ti...".
El equilibrista, para certificar su confianza, le retó: -"Si de veras confías en mí, vente conmigo y súbete a la carretilla...".
Reflexionemos sobre la confianza que depositamos en los demás: familiares, amigos, conocidos. Pensemos en la confianza que tenemos en Dios: ¿Nos subimos a la carretilla que Él conduce? Recordemos las palabras de San Pablo: "Yo sé de quién me he fiado", y renovemos nuestra confianza en Dios.
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