martes, 16 de noviembre de 2010

HAN SIDO LAS HORAS MÁS FELICES DE MI VIDA


   Un sacerdote chino que estudió en Roma regresó a su país. Para fomentar la devoción eucarística en su ciudad decidió organizar la adoración perpetua del Santísimo Sacramento. Como  no podía tener  un lugar de culto público lo organizó en casa de varias familias. 

   Un día,  una señora que estaba  custodiando  al Señor en su casa,   recibió una llamada telefónica: debía ausentarse  para realizar una  tarea inexcusable. Como estaba sola, decidió pedir ayuda a una vecina pagana para que la sustituyera en la custodia del Santísimo.
Le explicó, con sencillez, que esa forma blanca era Jesús y le pidió que le hiciera compañía durante su ausencia. 

   A su regreso  le dijo a su vecina: Te agradezco, de corazón, el  favor, ya puedes irte a tu casa. Ella le respondió: Si no te importa, me quedaré un rato más: han sido las horas más felices de mi vida. 

   Por razones obvias no aparecen fechas ni lugares en esta anécdota.

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