Mantiene un espíritu joven quien posee ilusiones e ideales; quien se renueva cada día. Hay quien es joven en edad, pero carece de verdadera juventud. Quizá ha descendido incluso al nivel ínfimo del viejecito sentado en un café cercano al Sena, con la mejilla apoyada en la palma de la mano. El camarero le anuncia ricas posibilidades de consumición, y al fin pregunta:
-¿Qué desea el señor?
-Desearía -habla bajito, cansino-, desearía... tener un deseo.
Era aquel viejo la vejez misma, antípoda de la juventud nunca agostada, siempre renovada del cristiano que va a Dios que llena de grandes deseos el corazón de sus hijos, por muchos que sean los años que se tengan.
Cfr. A. Orozco, «Palabra», nº 232.
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