"Veintiocho años dan para mucho, y al mismo tiempo han pasado volando. He vivido experiencias difíciles, saqueos y una guerra; situaciones de inseguridad, de miedo, de esperanza… y veo con admiración -como un milagro- las iniciativas que se han puesto en marcha para contribuir al desarrollo del país" Aquí tenéis el testimonio de la Dra. Mazuecos desde Kinshasa.
Una “mundele” en busca de trabajo
El 26 de febrero de 1983 aterricé en Kinshasa, después de haber pasado unas semanas de reciclaje médico en España. Sería largo de contar las primeras impresiones y los primeros pasos en esta tierra africana: todo novedoso y sorprendente; una verdadera aventura, la impresión de estar viviendo una película, mitad comedia, mitad tragedia…Y había que buscar un trabajo para ganarse la vida y para obtener el permiso de estancia en el país.
Comencé a llamar a las puertas: embajadas, colegios… Un comerciante griego me propuso montar un dispensario en su empresa, que rechacé de plano por sentirme incapaz de semejante proyecto. Así que para aprovechar el tiempo y ponerme al día, ofrecí mis servicios gratuitamente en una Maternidad gestionada por religiosas italianas.
Aquellas buenas monjitas aceptaron encantadas aunque yo era absolutamente profana en partos. Más que una ayuda para ellas, era un aprendizaje para mí. El caso es que, aunque inexperta, la presencia de una médico “mundele” (blanco) era una garantía para los cientos de “mamans” que pasan por esa maternidad. Después de una semana trabajando al lado de la religiosa, estupenda comadrona, me dijo una mañana: “hoy se queda sola con los partos”.
Comenzaba mi andadura como médico en África…, que podría haber sido el inicio de mi especialización si la cosa no hubiera ido por otros derroteros pues mi trabajo en la Maternidad no me daba para comer ni para obtener un permiso de estancia en el país, dos cosas esenciales.
Los día pasaban y en esas circunstancias de incierto futuro profesional llegó a mis oídos que una Fundación para-estatal con iniciativas de carácter social, el Centro Femenino Mama Mobutu, buscaba una mujer blanca para dirigir un colegio de chicas, con más de un millar de alumnas.
Convenía que fuera “blanca” para que pusiera fin y controlara el tribalismo. Me llamaron de la Fundación para una entrevista con la Presidenta. Presenté mi curriculum y mis estudios de pedagogía que jugaron un papel importante, como yo no había soñado cuando los hacía…
Esa noche aparecí en casa con el contrato bajo el brazo. Un trabajo que comportaba sacrificio y exigencia pero también comportaba algunas ventajas materiales, entre ellas un coche con chófer, que en Kinsasha no es un lujo sino una necesidad de bastante primer orden debido a la inseguridad, la temible conducción y las enormes distancias en una ciudad extensísima de más de diez millones de personas sin apenas grandes edificios y escasas señales de tráfico.
“Cuidemos a los pobres porque nosotros también lo fuimos”
En el Centro Femenino Mama Mobutu (CFMM en siglas) las alumnas estudian costura, secretariado y una sección llamada social, que eran sobre todo trabajos de hogar. El CFMM fue creada por la primera esposa del Presidente Mobutu, Mama Antoinette Mobutu.
La memoria de Mama Mobutu es respetada hasta hoy por todas las tendencias políticas porque fue efectivamente como una madre para su pueblo al crear obras educativas, para ciegos, minusválidos... Su lema era "Soignons les pauvres car nous l’etions aussi" (cuidemos a los pobres porque nosotros también lo fuimos). Una gran verdad.
Cuando me incorporé al CFMM tuve una acogida calurosa y empecé a acostumbrarme a ser llamada Mamá Dolorés (con acento en la e, y no es el maman francés, sino el Mama con mayúscula y sin n). Aquí, cuando las mujeres salen de la adolescencia y la primera juventud, se les llama así; esta expresión llevaba consigo todo un contenido de maternidad, con lo que ello representa: de una madre solo se puede esperar lo mejor.
Sabían que podían recurrir a mí sin miedo a rechazos partisanos (el famoso tribalismo), y que, si estaba en mis manos, trataría de resolver sus problemas. Al mismo tiempo me "protegían" de fuerzas maléficas que podían acecharme. Recuerdo a la encargada de disciplina, Mama Kopere, ya fallecida, escudriñando en mi despacho y sus alrededores para descubrir los fetiches que, según ella -y otras muchas personas- alguien me dejaba con el fin de hacerme mal. Un día incluso llevó al párroco de su parroquia para que bendijera y rociara con agua bendita el despacho. No permitía que en las manifestaciones probara bocado o bebida sin que antes lo hiciera ella misma o la encargada de protocolo, porque temía que me envenenaran.
En este ambiente cien por cien congolés, en una institución del estado, con personas sencillas, me acogieron con respeto y confianza, y me “robaron” el corazón. Aprendí mucho en 9 años como directora. Hubo de todo, risas y llantos; entusiasmos y decepciones, como el empleado de toda confianza que robó la paga mensual de todo el personal para enviar a su hija al extranjero. Y también lagrimas de emoción.
En el Congo, cuando los padres buscan un nombre para sus hijos recién nacidos, a veces los componen ellos mismos. Lo importante es que tengan un significado preciso, profundo; por ejemplo: Plamedi (abreviación de Plan Merveilleux de Dieu), o Prefina (Premier Fruit de Notre Amour). También dan el nombre de personas que les merecen especial respeto; hoy tengo varias homónimas Dolores, hijas de empleados. Una vez me sorprendí porque una señora me dijo que había puesto mi nombre a su hija, y pronunció una palabra que no lograba entender. Finalmente comprendí que la niña se llamaba «Jiménez». Había visto escrito mi nombre completo y había escogido mi segundo apellido. Mi madre se alegró mucho…
Una guerra civil y un periodista llamado Miguel Gil
Fueron 9 años absorbentes dedicados a la educación, a la vez que seguía el curso natural de los acontecimientos políticos y sociales del país. Debido a la inestabilidad política en los años 90 se produjo una guerra civil. Murieron 4 millones de personas. El país se convirtió en foco de noticia internacional.
El entonces periodista Miguel Gil estaba por aquí y nos echó una mano. A un conocido extranjero le prestó su teléfono vía satélite para que hablase con su familia en otro país, pues en aquella época no existían los móviles de hoy.
En otro momento tras la guerra, hubo pillajes en la ciudad. En uno de los saqueos, cuatro soldados con mala pinta entraron en nuestra casa saltando la tapia, y se pusieron a disparar en el jardín.
En la residencia estaba como responsable. Había un grupo de jóvenes congoleñas que no habían podido volver a sus casas el día anterior a causa de los desórdenes callejeros.
Salí al jardín acompañada de Antoinette, congoleña. Los soldados estaban, sudorosos, con cara de drogados. Sin embargo, nos dijeron que no querían hacernos daño, que sólo necesitaban un coche para llevar al hospital a un colega que había sido herido. Haciendo de chófer -y Antoinette de copiloto- fuimos delante. En el asiento trasero los 4 forajidos empuñaban las armas.
Se suponía que nos dirigíamos al lugar donde estaba el herido. Llegamos a un puente donde había una especie de minibús quemado y volcado; en ese momento, empuñando las armas contra nosotras, nos dijeron que parásemos, que nos bajásemos del coche y que les dejásemos las llaves.
Volvimos a casa a pie, sorteando obstáculos y protegiéndonos de balas perdidas. El coche, un pequeño Peugeot que nos había dejado una familia que salió del país, no lo recuperamos nunca.
Escogimos quedarnos aquí
Sentí enorme pena al ver destrozados los comercios, hoteles, estaciones de servicio, etc. que daban trabajo a tantas personas y que, de hecho, nunca han llegado a reconstruirse de la misma manera. Cerca de nuestra casa había un hotel que desapareció en dos horas: delante de la casa pasaban personas que transportaban sobre la cabeza ¡una bañera!
Fueron tiempos muy duros y al mismo tiempo fueron días de solidaridad. Después de los saqueos, el Ayuntamiento de Kinshasa hizo una llamada a todos los extranjeros residentes que no habíamos abandonado el país para certificarnos que contábamos con su gratitud y que tendríamos preferencia -si lo deseábamos- para residir en el Congo. Pudimos regresar a nuestro país de origen con toda tranquilidad... pero escogimos quedarnos aquí. Esta es nuestra casa, nuestra vida y nuestras gentes.
Acrobacias diarias para sacer adelante Monkole
Y entre la paz y la guerra, la vida y la agitación pasaron los años. Mi carrera médica estaba aparcada en mi camino hasta que en el año 2002, tras otras experiencias profesionales, comencé a trabajar en el
Centro Medico Monkole, una entidad que nació al principio de los años 80 como un pequeño dispensario para atender a los pobres de entre los pobres de Kinsasha : niños con deformaciones óseas, tuberculosos, enfermos de sida, parturientas sin recursos, etc.
Monkole se dirige prioritariamente a la atención de mujeres y niños, la población potencial con más probabilidades de enfermar en el Congo. Desde el principio se atendían y se hacían operaciones de niños con malformaciones óseas gracias a una fundación privada holandesa, pero este proyecto, lamentablemente, llegó a su fin.
Sin embargo, los niños con deformaciones óseas procedentes de familias muy sencillas siguen buscando en Monkole la solución a sus problemas. Son niños, incapaces de cubrir los gastos de la intervención.
Por ello, buscamos incansablemente personas de buena voluntad dispuestas a alimentar el fondo destinado a estas intervenciones pues una característica de Monkole es que uno «da lo que puede».
Existe una categorización financiera de los pacientes según las circunstancias (barrio de donde viene, si tiene un empleo y de que tipo, si tiene personas a su cargo, etc.). Se trata de que pague más el que tiene más medios; el que tiene menos no llega a pagar lo que cuesta mínimamente la atención médica. El caso es que en Monkole, contrariamente a lo que pasa en otros hospitales, nunca deja de atenderse a un paciente por falta de dinero.
No es difícil imaginar las acrobacias diarias que tenemos que hacer para que funcione de Monkole; y lo bien venidas que son las ayudas para el fondo destinado a cubrir el agujero que supone curar a los indigentes, cosa que hacemos de mil amores con una sonrisa.
La Clínica Universidad de Navarra en el corazón de África
Lo que nos llena el corazón es la nueva construcción del Gran Monkole, que supone pasar de 40 camas a 140 camas de hospitalización. Esperamos ser la
Clínica Universidad de Navarra en el corazón de África. El Hospital Materno Infantil de Mokole deberá comenzar a funcionar en diciembre de este año 2011 y como es una "locura" necesitamos que otros muchos "locos" del mundo entero nos echen una mano… aunque sean pequeñísimas cantidades, pues muchos «1 euro» hacen «muchos euros». Les aseguro que los darán por bien empleados…y que les producirán "fuertes intereses".
Veintiocho años dan para mucho, y al mismo tiempo han pasado volando. He vivido experiencias difíciles, saqueos y una guerra; situaciones de inseguridad, de miedo, de esperanza… y veo con admiración -como un milagro- las iniciativas que se han puesto en marcha para contribuir al desarrollo del país en el campo de la educación, de la formación profesional, de la salud, de la agricultura, etc.
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