Hace un tiempo leí la historia de un sacerdote que asistió a un desayuno para hombres en una zona rural.
El grupo le había pedido a un viejo granjero, que hiciera la oración antes del desayuno.
El granjero comenzó:
Señor Dios, odio el suero de leche...
El sacerdote abrió un ojo para mirar al granjero y preguntarse:
¿Qué está haciendo?
El granjero siguió diciendo en voz alta:
Señor, odio la manteca de cerdo...
Ahora el sacerdote estaba cada vez más preocupado.