Fuimos tres amigos a aquella casa. Tendríamos entre 15 y 16 años: esa edad en la que el corazón acoge deseos de hacer cosas grandes por los demás. Nos habíamos decidido a visitar a alguna persona necesitada para llevarle un pequeño obsequio –compramos unos pasteles-, acompañarla con nuestra conversación y ayudarla en lo que fuera posible.
Conseguimos la dirección en el “Patronato de Enfermos” (institución dirigida por las Damas Apostólicas en la calle Santa Engracia, de Madrid, y que se dedica a la atención de personas muy necesitadas). Aquella mujer vivía en un edificio situado entre Alonso Martínez y Bilbao. Subimos andando a uno de los últimos pisos –no había ascensor- y llamamos a la puerta. La mujer –amable- que abrió tendría cerca de sesenta años. Nos invitó a pasar.