Salía de la sacristía camino el confesionario, cuando se me acercó un
hombre con un ramo de claveles, en plena lozanía, en su mano derecha.
Su rostro no me era del todo desconocido, pero hacía ya tiempo que no lo
veía en el templo.
-Un amigo, me dijo, no quería traérselos personalmente, y como yo
tenía que pasar por aquí, me rogó que se los entregase, con el encargo
de que los pusiese en el altar,cerca del Sagrario.
-¿Conozco yo a su amigo?, le pregunté.
Sin ningún inconveniente me dio su nombre. Sonreí y le pedí que le
transmitiera las gracias y que pondría enseguida los claveles ante el
Señor. Como así hice, antes de sentarme en el confesionario y comenzar a
atender a los penitentes que ya comenzaban a llegar.
¿Quién era, es, el "amigo"?
Un hombre ateo. Un hombre inteligente y buen profesional, que decidió
romper con Cristo hace ya un buen puñado de años. De vez en cuando
cruzamos algunas palabras, reflexionamos sobre la vida, la muerte, la
amistad, la familia,etc. La complejidad del vivir y de las situaciones
le llevó a encerrarse un poco demasiado en sí mismo, a no querer
complicarse con un Dios a quién no veía, y que además era Uno y Trino; y
para colmo, se había encarnado, se había hecho uno de nosotros..
¡Demasiada carga para su cabeza, comentaba!