Cuentan que Oscar Wilde fue invitado a una reunión donde se congregaban literatos y personalidades de renombre movidos por el noble deseo de rendir homenaje a la lengua inglesa.
Su exposición debería ser, aproximadamente, de dos horas ensalzando el idioma de Shakespeare. Oscar Wilde se preparó con profusión una declamación preciosa y científicamente exigente sobre la belleza de la lengua anglosajona.
Comenzó el convenio. Primero habló el presidente de la organización. Luego, un delegado. Después, un secretario. Presentaciones y más presentaciones; una dificultad en el horizonte: el tiempo se consumía en la verborrea de los diversos oradores, sustrayendo a Wilde, segundo a segundo, su oportunidad.