Lo que esta anécdota nos enseña es que peor que el dolor mismo es el engaño de pensar que somos nosotros los únicos que sufrimos, o los que más sufrimos.
Cuentan los biógrafos de Buda que en cierta ocasión una madre acudió a él llevando en sus brazos a un niño muerto. Era viuda, y ese niño era su único hijo, que constituía todo su amor y su atención. La mujer era ya mayor, de modo que nunca podría tener otro hijo. Oyendo sus gritos, la gente pensaba que se había vuelto loca por el dolor, y que por eso pedía lo imposible.