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familia Postigo-Pich: no están todos los que son |
A Rosa le encanta un dicho catalán que dice algo así como que «si quieres casar bien, mira en el vecindario». Aunque luego ella, de Barcelona, casara con uno de Cantimpalos. Estaban destinados a encontrarse. Querían formar una familia numerosa, y vaya si lo consiguieron. Los Postigo Pich ha tenido un total de 18 hijos, de los cuales tres fallecieron por cardiopatía congénita severa.
Los médicos les llegaron a decir que no tuvieran más descendencia, porque «se iban a morir». «Pero gracias a Dios los médicos —dice Rosa— se equivocan. Y además... en la cama de un matrimonio no se debe meter nadie. Ni la suegra, ni tu propia madre, ni la amiga, ni la abuela, ni tu hermana, ni el vecino, ni el Estado, ni el ministro de turno pueden decidir sobre el futuro de tu familia». De estos dieciocho, a día de hoy viven quince, lo que les convierte en la familia con niños en edad escolar más grande de España, sino de Europa. «Ni siquiera en la vieja y católica Irlanda hay una familia mayor que la nuestra», se vanagloria Pich. Ahora lo han contado en su libro «Cómo ser feliz con 1, 2, 3... hijos» (Palabras), unas páginas llenas de la experiencia de la práctica que proporciona tener una familia como esta.
Afectos de los hijos
Preguntada por si alguna vez ha temido por dejar a sus hijos desatendidos, Pich reconoce que «la gente no entiende que llegue a tanto, empresas, trabajo a media jornada... siempre respondo que sobrevivimos poniendo mucha cabeza. Todos los días pienso un rato en cada uno de ellos. Este dio un tortazo al otro, este tiene mala cara, a este se le han roto las botas... A las cinco llegan a casa del colegio... pero antes pienso en lo que le voy a dar y a decir a cada uno. ¿Tú has sido generosa con tu hermana? ¿Tú has sido un chinchón? ¿Tú has llorado dos veces? Y a cada uno le recuerdo su mejora personal. Y para todos tengo algo: para unos es unas palabras, para otros abrazos o un beso. Es verdad que algunos necesitan más que otros, pero por si acaso de vez en cuando les pregunto si no se han sentido queridos. El corazón es un músculo muy grande». «El pequeño, por ejemplo, no recibe solo los besos de mamá, si no de todos sus hermanos mayores», añade.
Cada oveja con su pareja
En esta casa, el orden es fundamental. «Cada oveja con su pareja», dice Rosa. «Cada niño se ocupa de un hermano. Son super autónomos», afirma esta madre. «Creo que todo esto hace que sean niños muy fuertes, con una autoestima tremenda, que se comen el mundo. Muy líderes», asegura. ¿Y no es hacerles mayores antes de tiempo?, preguntamos. «El niño es feliz cuando ve que la casa no solo es de papá y de mamá. Es importante darles responsabilidad». «Si tú le das absolutamente todo al crío, lo conviertes en un egoísta. Hay que educar en el servicio, en el estar pendientes de los demás. De otra forma el niño se convierte en un pequeño Napoleón», interviene José María, el padre, recién llegado a la entrevista.
Crisis
En casa de los Postigo Pich los cuartos se organizan por literas de cuatro alturas, y las comidas con muchas recetas de pasta, albóndigas, salchichas y purés de patata de sobre. «Los huevos fritos son para los días de fiesta», dice. Hace cuatro años les dijeron a sus hijos que solo iban a comprar los productos más básicos. «Hablamos de que no hay para Colacao, sino leche a secas», pero la crisis, para Pich, «no es económica, es de personas. «Fabricamos cosas, y luego no hay gente que las consuma, concebimos personas, y luego las matamos...En mi barrio decían ¡loca, dónde vas con tanto niño... ahora creo que me miran con envidia. En nuestra sociedad lo peor no es la falta de trabajo, sino la soledad. Estar solo es una desgracia», asegura. ¿El estado podría ayudar más? «Sí, claro que sí, podría dar un tanto por cada hijo, podría existir un bono escolar, podría fomentar el trabajo a media jornada como en el norte de Europa... podría hacer muchas cosas, porque lo único que en realidad existe para las familias numerosas es el descuento de Renfe... Nos tendríamos que concienciar más de que la sociedad la hacen las familias», concluye.
La intendencia en un hogar de veinte
En esta casa solo se hace la compra una vez al mes por internet. En cuanto al producto fresco, adquieren la fruta cada quince días en una tienda cerca de su casa. «Podemos ahorrar mucho en la cesta de la compra según donde acudamos. En mi caso, el ahorro puede ser de entre 100 y 300 euros al mes. Yo, como buena catalana, ya tengo hecho el estudio. Merece la pena», advierte.
Lo que encontramos en la despensa de esta casa son marcas blancas casi siempre. Un típico día de principios de mes tenemos en las estanterías unas 1.300 galletas, 240 litros de leche, 100 huevos, 96 rollos de papel higiénico, 25 kilos de patatas... Los refrescos, los zumos y el chocolate se consideran productos para días de fiesta. «Mis hijos y yo bebemos agua del grifo de modo habitual».
En la cocina no se complican mucho, reconoce esta madre. «Diría que hacemos comida para rancho, con menús muy simples compuestos de lentejas, macarrones, pollo al horno, arroz, patatas hervidas con piel, salchichas de Frankfurt... El día del cumpleaños de alguno de mis hijos les dejo escoger la comida. El producto estrella para esos días de fiesta es el arroz blanco con huevo frito y tomate... Las vacaciones en mi casa son un buen momento para todos aprendan a cocinar, y en mi casa cada uno tiene su especialidad».
Las comidas son en una mesa redonda, hecha por el carpintero del barrio. «En el centro de la mesa se encuentra una rueda giratoria que facilita la distribución de los alimentos. De esta manera, ponemos la comida en medio y cada uno se sirve lo que quiera girando esa pieza. Además, ayuda a la conversación. En la mesa redonda, los papás vemos de un vistazo quien se encuentra cansado, quién está preocupado, quién enfadado o quien contento. Solo con mirar a los ojos sabemos cómo se encuentran todos nuestros hijos», explica Rosa.
«Nuestros hijos saben que su mayor responsabilidad consiste en estudiar. Nosotros como padres tenemos la responsabilidad de conocer las aptitudes reales de cada hijo, no las que nos gustarían que tuvieran. En nuestro caso, intentamos reunirnos con los tutores de cada hijo una vez al trimestre. Es una suerte poder charlar con la persona que más conoce a tu hijo fuera del ámbito familiar, y más si es un profesional de la enseñanza» (...)».
En cuanto a los libros del colegio, el caso de esta familia demuestra que la crisis agudiza el ingenio. «Es evidente que los libros se pasan de unos a otros, y si no, se piden a algún amigo del hermano en cuestión. Antes de que acabe el curso, cada niño ya me ha contado a quién va a pedirle los libros». Con el uniforme pasa lo mismo.
abc