viernes, 15 de octubre de 2010

DEJAR LA “GARRA DE DIOS” A LA MENOR OPORTUNIDAD

   Una mañana, llegan a Como, se detienen junto a los puestos de los vendedores de fru­ta. No es un mercado. Son gente de la huerta que montan sus rústicos chiringuitos a pleno sol. San Josemaría se fija en el hombre que despacha tras el puesto de sandias.

   Compramos sandía y se la llevamos a vuestras hermanas? Así les ahorramos tener que ir ellas a comprarla... Anda, Javi, aunque tú eres de piso, mira a ver si consigues una bien madura.
·       Al final de un diálogo breve y afable con el hijo del frutero, le dice: bueno, aquí te lo pasas muy bien eh! aprendiendo de tu padre... Tienes que quererle mucho y ayudarle, para que se can­se menos.
·       Certo.
·       De paso, ofrécele todo lo que haces al Bambino Gesú.


Esa misma noche, en un momento en que el Padre se ha quedado a solas con D. Javier, le comenta:
·       Hijo, la próxima vez que nos paremos a comprar en el puesto de sandías, trata a ese pequeñín con muchísimo más cari­ño; no con cuatro frases para salir del paso. Tú piensa que, qui­zá, esa criatura no va a tener en su vida el influjo de una forma­ción, de una catequesis cristiana... A lo mejor eres tú el único sacerdote que va a poder hablarle del bien, del mal, de Dios, de la Virgen... Y como, además, el padre está delante, y oye lo que le dices a su hijo, puedes despertar en ese hombre un interés por las cosas de Dios. Si das pie, con pillería, en esos minutos de conversación puedes meterte en su vida y dejar en su alma la garra de Dios.

Pilar Urbano, El hombre de Villa Tevere

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