Mañana es la Virgen de Guadalupe.Es hora de recordar. En 1970, durante su visita a México, quedó de manifiesto el profundo cariño y devoción que San Josemaría sentía por la Virgen de Guadalupe, a quien rezó una novena para pedir por la Iglesia, el Papa y el Opus Dei.
Mosaico de la Virgen de Guadalupe en el Santuario de Torreciudad (Huesca, España)
En 1970, San Josemaría había estado en México. Decía reiteradamente que había venido fundamentalmente a hacer una Novena a la Virgen de Guadalupe para pedir por la Iglesia, el Papa y el Opus Dei.
Aprovechó también su estancia en nuestro país, para tener numerosos encuentros con personas de todas las edades y condiciones sociales; mujeres y hombres; solteros y casados; con estudiantes, amas de casa, empleados, campesinos, obreros, intelectuales, profesionistas...
Hablaba siempre de Dios y de muchas formas y maneras explicaba a todos este mensaje recibido por Dios, un 2 de octubre de 1928: “La santidad no es cosa para privilegiados: que a todos llama el Señor, que de todos espera Amor: de todos, estén donde estén; de todos, cualquiera que sea su estado, su profesión o su oficio”.
Dos amigos arquitectos me contaron -tiempo después- que estuvieron en varias tertulias en una residencia de la Obra a la que asistieron un promedio de 50 universitarios.
Un recuerdo que conservan muy vivo, es que en uno de esos encuentros, San Josemaría les comentó con gracia y buen humor que estaban un tanto apagados y les propuso:
- "Hoy están muy callados. ¿Por qué no sacan las guitarras y cantamos melodías mexicanas, de ésas tan alegres que han compuesto tantos compositores en esta maravillosa tierra?"
Así que, ni tardos ni perezosos, todos a coro se pusieron a cantar Cielito Lindo, La Morenita, María Elena, Gracias, Chapala, Solamente una vez, Paloma Querida…
Aprovechó también su estancia en nuestro país, para tener numerosos encuentros con personas de todas las edades y condiciones sociales; mujeres y hombres; solteros y casados; con estudiantes, amas de casa, empleados, campesinos, obreros, intelectuales, profesionistas...
Hablaba siempre de Dios y de muchas formas y maneras explicaba a todos este mensaje recibido por Dios, un 2 de octubre de 1928: “La santidad no es cosa para privilegiados: que a todos llama el Señor, que de todos espera Amor: de todos, estén donde estén; de todos, cualquiera que sea su estado, su profesión o su oficio”.
Dos amigos arquitectos me contaron -tiempo después- que estuvieron en varias tertulias en una residencia de la Obra a la que asistieron un promedio de 50 universitarios.
Un recuerdo que conservan muy vivo, es que en uno de esos encuentros, San Josemaría les comentó con gracia y buen humor que estaban un tanto apagados y les propuso:
- "Hoy están muy callados. ¿Por qué no sacan las guitarras y cantamos melodías mexicanas, de ésas tan alegres que han compuesto tantos compositores en esta maravillosa tierra?"
Así que, ni tardos ni perezosos, todos a coro se pusieron a cantar Cielito Lindo, La Morenita, María Elena, Gracias, Chapala, Solamente una vez, Paloma Querida…
Especial predilección tenia por la canción La Morenita,
cuya letra dice: “Conocí a una linda morenita/ y la quise mucho. /Por
las tardes iba enamorado/ y cariñoso a verla”. Y es que por la Virgen de
Guadalupe sentía un especial afecto.
San Josemaría disfrutaba
aquellas populares melodías –que, en su mayoría, conocía desde tiempo
antes- porque tenía la costumbre de entonarlas dirigiéndose a Dios y a
la Santísima Virgen María, con naturalidad y en un personalísimo
coloquio espiritual. Eran canciones humanas que él procuraba elevar al
plano sobrenatural.
De la melodía Chapala, le gustaba especialmente la parte que dice: “Chapala, rinconcito de amor./ Dónde las almas,/ pueden hablarse/ de tú con Dios”. Solía comentar que le animaba a luchar por tener un trato más continuo e íntimo con el Señor, además de aprender acerca de tantos aspectos edificantes y positivos de nuestro pueblo mexicano: su gente, sus costumbres, su piedad, su generosidad, sus arraigadas tradiciones cristianas…
De la canción Sólamente una vez, del célebre compositor Agustín Lara, San Josemaría glosaba que había que amar a Dios con toda el alma, con una entrega plena, sin condiciones y para toda la vida.
Le emocionaba la canción Gracias del intérprete ranchero Javier Solís y comentaba que en su vida no tenía más que motivos de agradecimiento para con el Señor al contemplar cómo se había desarrollado el Opus Dei por los cinco continentes, “gracias a la bondad y misericordia divinas”, solía repetir.
Especial predilección tenia por la canción La Morenita, cuya letra dice: “Conocí a una linda morenita/ y la quise mucho. /Por las tardes iba enamorado/ y cariñoso a verla”. Y es que por la Virgen de Guadalupe sentía un especial afecto.
En la víspera de su regreso a Roma, cuando le volvieron a cantar todas esas canciones, San Josemaría les propuso a los asistentes de aquella numerosa reunión:
- "¿Por qué no vamos todos juntos a llevarle una serenata a la Guadalupana y le cantamos todas estas bellas melodías?"
Así que los directores de la Obra solicitaron el permiso y la autorización del Abad de la Basílica y, en la noche, después de que se retiraron todos los fieles, efectivamente fueron a cantarle a Nuestra Señora del Tepeyac.
De la melodía Chapala, le gustaba especialmente la parte que dice: “Chapala, rinconcito de amor./ Dónde las almas,/ pueden hablarse/ de tú con Dios”. Solía comentar que le animaba a luchar por tener un trato más continuo e íntimo con el Señor, además de aprender acerca de tantos aspectos edificantes y positivos de nuestro pueblo mexicano: su gente, sus costumbres, su piedad, su generosidad, sus arraigadas tradiciones cristianas…
De la canción Sólamente una vez, del célebre compositor Agustín Lara, San Josemaría glosaba que había que amar a Dios con toda el alma, con una entrega plena, sin condiciones y para toda la vida.
Le emocionaba la canción Gracias del intérprete ranchero Javier Solís y comentaba que en su vida no tenía más que motivos de agradecimiento para con el Señor al contemplar cómo se había desarrollado el Opus Dei por los cinco continentes, “gracias a la bondad y misericordia divinas”, solía repetir.
Especial predilección tenia por la canción La Morenita, cuya letra dice: “Conocí a una linda morenita/ y la quise mucho. /Por las tardes iba enamorado/ y cariñoso a verla”. Y es que por la Virgen de Guadalupe sentía un especial afecto.
En la víspera de su regreso a Roma, cuando le volvieron a cantar todas esas canciones, San Josemaría les propuso a los asistentes de aquella numerosa reunión:
- "¿Por qué no vamos todos juntos a llevarle una serenata a la Guadalupana y le cantamos todas estas bellas melodías?"
Así que los directores de la Obra solicitaron el permiso y la autorización del Abad de la Basílica y, en la noche, después de que se retiraron todos los fieles, efectivamente fueron a cantarle a Nuestra Señora del Tepeyac.
Video: San Josemaría hizo una novena a la Virgen de Guadalupe entre el 16 y el 24 de mayo de 1970
De la misma forma, pidió que le enviaran a Roma un cuadro de la Virgen
de Guadalupe en el que, con una sonrisa, le está entregando una rosa a
Juan Diego. El Fundador del Opus Dei al contemplar la pintura exclamó:
-“Así querría morir: mirando a la Santísima Virgen, y que Ella me dé una flor”.
Ese cuadro lo colocó en su oficina de trabajo y tenía la costumbre de mirarlo al entrar y salir de su habitación. Aquel día de su fallecimiento, el 26 de junio de 1975, hacia el mediodía, en la Ciudad Eterna, entró y miró por última vez esa pintura. A continuación cayó desplomado a causa de un infarto al corazón y, poco tiempo después, se marchó al Cielo.
Hay que añadir que San Josemaría durante su vida, tuvo muchas dificultades, adversidades, contradicciones para sacar adelante –por encargo divino- el Opus Dei. A esto hay que sumarle que por muchos años sufrió de una pronunciada diabetes con numerosas secuelas, así como otras enfermedades.
Sin embargo, nunca perdió la alegría, el optimismo ni el buen humor porque se sabía –en todo momento- hijo muy querido por Dios. Hay unas palabras que me impresionan sobre este importante aspecto de su personalidad: “Perder el buen humor –afirmaba- es una cosa grave. Buen humor hasta en el momento de la muerte. (…) Pedidle al Señor que nunca pierda la sonrisa”.
Por ello, a este santo ejemplar de nuestro tiempo, muchos autores no han dudado en calificarlo como “maestro del buen humor”.
La Virgen de Guadalupe le cumplió su anhelo de morir mirando su imagen, mientras Ella le entregaba una rosa, con una maternal sonrisa, y se lo llevaba a la Casa del Padre
-“Así querría morir: mirando a la Santísima Virgen, y que Ella me dé una flor”.
Ese cuadro lo colocó en su oficina de trabajo y tenía la costumbre de mirarlo al entrar y salir de su habitación. Aquel día de su fallecimiento, el 26 de junio de 1975, hacia el mediodía, en la Ciudad Eterna, entró y miró por última vez esa pintura. A continuación cayó desplomado a causa de un infarto al corazón y, poco tiempo después, se marchó al Cielo.
Hay que añadir que San Josemaría durante su vida, tuvo muchas dificultades, adversidades, contradicciones para sacar adelante –por encargo divino- el Opus Dei. A esto hay que sumarle que por muchos años sufrió de una pronunciada diabetes con numerosas secuelas, así como otras enfermedades.
Sin embargo, nunca perdió la alegría, el optimismo ni el buen humor porque se sabía –en todo momento- hijo muy querido por Dios. Hay unas palabras que me impresionan sobre este importante aspecto de su personalidad: “Perder el buen humor –afirmaba- es una cosa grave. Buen humor hasta en el momento de la muerte. (…) Pedidle al Señor que nunca pierda la sonrisa”.
Por ello, a este santo ejemplar de nuestro tiempo, muchos autores no han dudado en calificarlo como “maestro del buen humor”.
La Virgen de Guadalupe le cumplió su anhelo de morir mirando su imagen, mientras Ella le entregaba una rosa, con una maternal sonrisa, y se lo llevaba a la Casa del Padre
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