Se cumplen 100 años del nacimiento de Álvaro del Portillo. Fue el inicio de una vida ordinaria que dejó una huella extraordinaria. Recogemos anécdotas de su niñez narradas por uno de sus biógrafos.
Una de las primeras fotos de Álvaro.
"Cuando cumplió los 75 años, Mons. del Portillo, en una homilía, evocó el clima cristiano que reinaba en aquel hogar: «Eché una mirada rápida a mi vida, y me vinieron a la memoria y al corazón tantos beneficios del Señor: una familia cristiana, unos padres que me enseñaron a ser piadoso, una madre que me inculcó una devoción especial al Sagrado Corazón y al Espíritu Santo, y una particular veneración a la Santísima Virgen bajo la advocación de Nuestra Señora del Carmen, y... ¡tantos otros bienes!»".
"Los que le conocieron durante la infancia, lo describen como un niño alegre. Según su hermana Pilar, era «feliz, gracioso, algo gordito, con cara de bueno, con el gesto simpático y risueño. Un niño como todos los niños: deportista, juguetón, divertido y algo travieso» . Su prima Isabel Carles, añade que tenía «una gran capacidad de entusiasmo» , aunque quizá sería más exacto decir que manifestaba una clara tendencia a ser revoltoso".
Álvaro está apoyado en el burro.
"Aquel hombre no solamente se molestó de modo manifiesto, como era lógico, sino que, al ver la sonrisa involuntaria de don Ramón, porque la situación era un poco cómica, aumentó su enfado y citó en duelo al padre de Álvaro. Don Ramón, hombre de criterio cristiano, aparte de pedir perdón, quitó hierro al asunto y manifestó de modo claro y terminante que no era ni procedente, ni de acuerdo con la fe llegar a esos términos del duelo, situación que jamás aceptaría, precisamente porque conocía que un cristiano no puede actuar así. El asunto terminó sin más consecuencias que el enfriamiento por parte de ese hombre de su amistad con la familia".
"Otras manifestaciones de su fogosidad de carácter estuvieron ligadas al aprendizaje de lenguas extranjeras. Don Ramón y doña Clementina deseaban que sus hijos aprendiesen francés e inglés, y les pusieron, desde muy pequeños, profesoras particulares. Las dos maestras –Mademoiselle Anne y Miss Hoches– eran personas exigentes en su labor y Álvaro, que en aquel momento no compartía el interés por los idiomas, «en algunas ocasiones se enfadaba, se echaba al suelo, e intentaba morderles en las piernas» . Naturalmente, este comportamiento recibía siempre las correcciones oportunas por parte de don Ramón o de doña Clementina.
A la izquierda, con su familia.
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