Una conciencia auténtica no escuchada termina por callar, si no se pervierte antes.
Esta página recogía ayer la historia de dos hombres: uno había perdido el bolso de su mujer, el otro lo había encontrado y se lo había devuelto sin abrirlo. Se trata de un relato refrescante en medio de las noticias, pero no infrecuente.
Un día perdí la cartera en Valladolid y me la devolvieron intacta, pese a que llevaba más dinero del normal porque estaba de viaje. Siempre que lo cuento, alguien corresponde con una anécdota similar. En la entrevista de ayer, Alfonso Andrade le preguntaba a Constantino Chao cómo se sentiría si no hubiera devuelto el bolso: “Tendría unos remordimientos enormes. De hecho, lo pasé mal al pensar cómo estaría sufriendo quien lo había perdido”. A eso siempre le hemos llamado conciencia.
En el equipamiento humano, la conciencia viene de serie, pero hay que configurarla para que responda bien. Y aun así, requiere mucho mantenimiento o se deforma. Una conciencia auténtica no escuchada termina por callar, si no se pervierte antes. Los dos entrevistados de ayer aluden a esto: “El que devuelve un bolso lo lleva en los genes, aunque también está la educación, lo que aprendemos en casa”, decía Antonio Míguez.
La calidad de la conciencia depende del concepto que cada uno tiene de sí mismo y de los demás. Algo a lo que contribuyen muchos elementos culturales. Es difícil, por ejemplo, que un niño o una niña que se han criado viendo pornografía respeten o se hagan respetar. Quien no se respeta se corrompe inevitablemente de mil maneras. También, quien no respeta a los demás, incluso a los que no quieren ser respetados. La conciencia auténtica conserva la sensibilidad, previene el embotamiento. Ahí reside la clave de la lucha contra la corrupción.
Paco Sánchez
Vagón Bar / almudi.org
No hay comentarios:
Publicar un comentario