Este es un vídeo que ha salvado matrimonios. Un vídeo breve –5 minutos-, mezcla de emoción sincera y pinceladas tragicómicas, que formó parte de aquel precioso filme “París, je t’aime”. De los 18 cortos allí reunidos,éste de Isabel Coixet es quizás el más valioso. Cuenta una historia sencilla, casi todo a través de un narrador, cuyo arranque podríamos resumir así:
Un hombre queda citado con su esposa en un restaurante. Durante la espera, recuerda en rápidos trazos como el afecto que les unió ha ido desvaneciéndose por la rutina. Esa monotonía, contra la que no quiso luchar, era la causa de que ahora se encontrara allí, dispuesto a decirle a su mujer que había dejado de quererla: que otra mujer le estaba esperando. Que tenía una amante. Que todo había terminado. Pero su esposa, que aparece con un simbólico abrigo rojo (leit motiv de todo el filme), llega con el rostro compungido y antes de que su marido pueda comenzar a hablar, rompe en sollozos porque tiene una enfermedad terminal y le quedan pocas semanas de vida.
Es entonces, verdaderamente, cuando empieza el relato. Una historia que nos habla de volver a amar cuando el amor parece perdido (O, mejor, cuando los sentimientos se han esfumado). Nos habla de “revalorar” al amado (volverlo a descubrir, y a amar) cuando sabemos que habremos de perderlo. Una vez leí que “el secreto para dar relieve a lo más humilde, y aun a lo más humillante, es amar” (S. Josemaría). Esa es la clave: amar da sentido a nuestra vida, y da sentido a los sacrificios más costosos, a todo lo que podría ser monótono. Porque las repeticiones, que antes quizás agostaban la ilusión, ahora están llenas de significado.
Éste es el pasaje más importante: “Dispensó entonces a su mujer todas las atenciones que ella le había reclamado: colgar los cuadros que esperaban por toda la casa, ir de rebajas con ella pese a detestar las compras… Y, todo, incluso las cosas más insignificantes, tenían otro sabor desde que sabía que era la última vez que podía hacerlas por ella”. Entonces la narración alcanza su sentido más profundo: “De tanto comportarse como un enamorado, volvió a enamorarse”.
No os digo más. Tan sólo que lo veáis con vuestro cónyuge, y que lo recomendéis a vuestros amigos. Sinceramente: merece la pena verlo.
Un hombre queda citado con su esposa en un restaurante. Durante la espera, recuerda en rápidos trazos como el afecto que les unió ha ido desvaneciéndose por la rutina. Esa monotonía, contra la que no quiso luchar, era la causa de que ahora se encontrara allí, dispuesto a decirle a su mujer que había dejado de quererla: que otra mujer le estaba esperando. Que tenía una amante. Que todo había terminado. Pero su esposa, que aparece con un simbólico abrigo rojo (leit motiv de todo el filme), llega con el rostro compungido y antes de que su marido pueda comenzar a hablar, rompe en sollozos porque tiene una enfermedad terminal y le quedan pocas semanas de vida.
Es entonces, verdaderamente, cuando empieza el relato. Una historia que nos habla de volver a amar cuando el amor parece perdido (O, mejor, cuando los sentimientos se han esfumado). Nos habla de “revalorar” al amado (volverlo a descubrir, y a amar) cuando sabemos que habremos de perderlo. Una vez leí que “el secreto para dar relieve a lo más humilde, y aun a lo más humillante, es amar” (S. Josemaría). Esa es la clave: amar da sentido a nuestra vida, y da sentido a los sacrificios más costosos, a todo lo que podría ser monótono. Porque las repeticiones, que antes quizás agostaban la ilusión, ahora están llenas de significado.
Éste es el pasaje más importante: “Dispensó entonces a su mujer todas las atenciones que ella le había reclamado: colgar los cuadros que esperaban por toda la casa, ir de rebajas con ella pese a detestar las compras… Y, todo, incluso las cosas más insignificantes, tenían otro sabor desde que sabía que era la última vez que podía hacerlas por ella”. Entonces la narración alcanza su sentido más profundo: “De tanto comportarse como un enamorado, volvió a enamorarse”.
No os digo más. Tan sólo que lo veáis con vuestro cónyuge, y que lo recomendéis a vuestros amigos. Sinceramente: merece la pena verlo.
Alfonso Méndiz
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