—¿Policía? Hay un individuo que trata de entrar en mi casa. Dense prisa, por favor; ya ha saltado la verja del jardín y ahora se dirige a la puerta principal.
—Lo siento, señora. Todos nuestros agentes están ocupados y ahora mismo no le puedo enviar a nadie. Encienda las luces de su casa y haga ruido para que el presunto ladrón se asuste…
Se produce un silencio de tres o cuatro segundos. El policía está a punto de colgar el teléfono cuando oye dos disparos y, a continuación, la voz de la mujer.
—Ya no hace falta que vengan; acabo de matarlo.
Medio minuto después llegan varios automóviles de la policía haciendo sonar las sirenas y un montón de tipos gigantescos armados hasta los dientes. Desde un helicóptero descienden al jardín más agentes y comprueban que allí continúa el ladrón con sus ganzúas tratando de abrir la puerta. Lo detienen e interrogan a la señora.
—¿No nos había dicho usted que lo había matado de dos disparos?
—¿Y usted no me había dicho que no tenía agentes libres?
Enrique Monasterio
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