Escribe Jesús Portilla, padre de familia: Esto me decía hace unos días mi hija pequeña que, con 25 años, lucha independiente por su futuro y por sus sueños batallando con el día a día.
Trabajo, casa, facturas, pagos, decisiones, defensa de sus intereses, hacerse oír, rebelarse ante las injusticias, además de la multitud de acciones y decisiones que requieren los problemas, o simplemente la actividad diaria con los obstáculos que presenta, dificultando el camino recto y fácil que todos querríamos.
Pero todos hemos pasado por ello; y solo nos damos cuenta de lo que hacían nuestros padres cuando salimos de la comodidad del hogar y nos toca construir nuestra morada.
Sin embargo, esos momentos de desánimo y de inquietud de mi hija y sus vicisitudes —aunque también me duelen— para mí significan valentía, fuerza, lucha, constancia, determinación, propósito y un rebelarse ante lo que parece imposible, convirtiéndolo en posible.
Ella misma mira a sus hermanos más mayores y comprende —aceptando más su inquietud e impaciencia—, cuando a semejanza de ella con las cosas del día a día, se le suman los adicionales que además traen los hijos, guarderías, colegios, pediatras, sueño…
La paciencia es una virtud que raramente se pasea entre la juventud, porque son los años los que te hacen saber esperar y saber que la confianza en uno mismo es la que te hace lograr los propósitos en el tiempo y en el momento necesarios.
La paz interior es difícil, pero no imposible y va ligada estrechamente a la paciencia, ganándose con la seguridad que te da el andar, el caminar, el tropezarse y sobre todo el saber que siempre uno puede levantarse y seguir.
El desánimo no debe venir al no ser capaz de hacer cosas grandes, porque las cosas grandes solo vienen cuando no se renuncia a hacer cosas pequeñas. Las cinco mil piezas del puzle nunca se pueden colocar a la vez, sino de una en una hasta que uno ve la imagen definitiva y el sueño realizado.
En la vida uno tiene que ir quemando etapas, como leía en este blog de meditación: “En la vida es frecuente quemar etapas. Pensamos que cuando las hacemos arder es que no va a ser necesario cruzarlas. ¡Pero qué equivocados estamos! La vida es un puente quebradizo formado de tablones de madera enmohecidos, que crujen cuando caminas y que son incluso más inestables que uno mismo. «Avanza y no tengas miedo, dirígete hacia el otro extremo confiadamente porque en el otro lado Alguien te espera con los brazos abiertos»”.
Como padre, me duele ver a mis hijos caminar por ese puente y padecer los tropiezos que tiene madurar; pero, como padre, también me enorgullezco al verlos rebelarse contra sí mismos no esperando que las cosas sucedan sino haciendo y poniendo su empeño en que sucedan.
Yo también siento impaciencia, porque quiero que no sufran y porque quiero ver a cada uno allá donde se merecen. Pero mi paz interior llega con la seguridad de ver cumplidos sus deseos, viendo que sus dones y capacidades trabajan para cumplir su misión en el mundo. Una misión, un proyecto y un sueño que sin duda verán realizado, porque en cada caída no han dudado ni dudan en levantarse.
Tengo que decir que ellos han leído mi libro “Cierra el paraguas y mójate” y que se han mojado sin miedo; porque solamente se vencen los miedos cuando uno se enfrenta a ellos dispuesto a vencer, sabiendo que la fuerza viene de la valentía, del esfuerzo, de la fe y de la confianza en uno mismo.
Madurar duele y mucho, pero ese dolor y las grandes raíces que genera, es lo que te hace crecer y que tus ramas sean muchas y cada vez más fuertes para soportar el posible peso de los muchos frutos que te va dando ese crecimiento.
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