A los 16 años perdió la vista definitivamente. Pero no su luz. A los 36 años, acompañado de su perro “Ibiza”, confiesa que la espiritualidad de la Obra jugó un papel importante en el descubrimiento de su vocación al sacerdocio.kindle
Cuando Tiago Varanda nació tenía glaucoma congénito, una enfermedad grave que surge por el aumento de la presión intraocular. Con el tiempo fue perdiendo la vista. A los siete años perdió la vista en un ojo y a los dieciséis la perdió por completo: “Este momento llegó antes de lo que esperaba y perdí la vista por completo”.
El sacerdote dice que “a pesar de no ver mucho, me gustaba ver la luz del día. Me gustaba ver los paisajes, los contornos verdes de las montañas, el azul del mar, el amanecer y el atardecer”. Fue un momento de desánimo, pero rápidamente, gracias a la fe y la confianza en Dios y también con la ayuda de la familia y los amigos, superó esta dificultad.
“¿Seminario? Puse excusas y no tuve el valor”
Pero esa circunstancia no le impedía soñar: salía con amigos y era profesor de historia. “Entonces empecé a reflexionar sobre lo que quería hacer en la vida y enseguida me di cuenta de que Dios no me pedía ser padre de familia, sino ser sacerdote”. Y confiesa: “Un sacerdote es también un padre. Pero había un reto: entrar en el seminario. No tuve el valor suficiente”.
El sacerdote confiesa que “amaba lo que hacía y quería tener certeza sobre mi vocación: cada vez que la buscaba me angustiaba más porque no encontraba ninguna certeza”.
Cuando estudiaba en la universidad de Viseu, conoció el Opus Dei a través de una amiga y comenzó a participar en sus actividades de formación. “Busqué acompañamiento espiritual con un sacerdote del Opus Dei. La espiritualidad de la Obra me ayudó a corresponder a la llamada que Dios me había hecho”.
Confiesa que con san Josemaría aprendió a experimentar la alegría: “Saber que el Señor está con nosotros en medio de las dificultades; la alegría de saber que la Cruz no es la última palabra. La última palabra la tiene la Resurrección”.
En su búsqueda de “certezas” descubrió algo más importante: la confianza. Comenzó a comprender que si Dios lo llamaba al sacerdocio, podía confiar en Él y que su gracia nunca le faltaría. “Fue entonces cuando me animé a entrar en el seminario. Sabiendo que era un riesgo, porque dejaba mi trabajo, que me encantaba”, sintió en su interior “un deseo muy fuerte de ser sacerdote, de poder ayudar a la gente a encontrar a Cristo”.
Un sacerdote como todos los demás
Actualmente colabora en la Parroquia de Santa María la Mayor y Sede Primado de Braga. Es capellán de una residencia de ancianos donde celebra la misa a diario. Es Asistente Espiritual en el Departamento Arquidiocesano de Formación de Adultos, en el de Pastoral de Minusválidos y también Asistente Espiritual de los Scouts de Braga. Fue nombrado, por el Arzobispo de Braga, colaborador en la pastoral de las confesiones y de la hospitalidad en la ciudad.
Reconoce que entró en el seminario, no porque estuviera seguro de que iba a ser sacerdote, sino porque tenía la confianza de que el Señor le acompañaría y le ayudaría. “Sé que seguirá habiendo retos y dificultades, pero con la gracia de Dios los superaré, sabiendo que Dios está presente en su vida. Y concluye: “El hecho de no poder ver me ayuda mucho a escuchar y atender a la gente. Me hace mucho más sensible a estas dimensiones”.
En el vídeo muestra la obra de san Josemaría, Camino, en versión Braille, un recurso que le ayuda en su vida de oración. “Me gusta mucho leer y releer este primer punto de Camino: Que tu vida no sea una vida estéril. —Sé útil. —Deja poso. —Ilumina, con la luminaria de tu fe y de tu amor. Borra, con tu vida de apóstol, la señal viscosa y sucia que dejaron los sembradores impuros del odio. —Y enciende todos los caminos de la tierra con el fuego de Cristo que llevas en el corazón”.
opusdei.es
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