Ha habido bajas considerables y no pocos heridos. De pronto, un soldado se da cuenta de algo terrible: su amigo no ha vuelto, se ha quedado en las alambradas. Se dirige con premura al jefe de la sección. Esos minutos son vitales.
—Mi teniente, mi amigo no ha regresado. Sé dónde nos vimos
por última vez y lo perdí de vista más allá de aquella alambrada. Solicito
permiso para ir a buscarlo. Todavía hay claridad suficiente. La noche se echa
encima y entonces no podremos hacer nada.
—Permiso denegado. No quiero que arriesgue su vida por un hombre que probablemente esté muerto. Mañana veremos qué se puede hacer. El soldado hizo caso omiso de la prohibición y salió en busca de su amigo.
Unas horas más tarde volvió al cuartel mortalmente herido. Transportaba el cadáver de su amigo sobre sus hombros. El oficial estaba furioso:
—Ya le dije que habría muerto. ¡Ahora he perdido a dos hombres! Dígame, ¿merecía la pena ir allí, para traer un muerto? Y el soldado, moribundo, respondió:
—Sí, señor. Cuando lo encontré todavía estaba vivo y pudo decirme: ¡¡estaba seguro de que vendrías!! Ese atardecer, muchos aprendieron en el batallón una gran enseñanza sobre compañerismo y amistad.
La lección es inolvidable. Piensa: ¿Brindamos tu y yo nuestra más sincera amistad a todos los que nos rodean? Es hora de reaccionar...Y de mirar al mejor Amigo que nos acompaña siempre: ¡¡Jesucristo!!
Francisco Fernández Carvajal, Pasó haciendo el bien (Palabra, 2016)
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