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San Isidro |
Ni aunque padeciesen martirio: los canónigos de San Isidro se comprometieron a no revelar el lugar donde se guardaban los restos mortales del santo, aun a costa de los más graves padecimientos. El Madrid de aquellos años fue testigo de cómo muchos sacerdotes, religiosos y seglares dieron buena prueba de su fe. Es el caso de don Timoteo Rojo Horcajo, canónigo archivero de la catedral de Madrid, cuyo martirio refiere José Luis Alfaya en Como un río de fuego (ed. Eiunsa).
Don Timoteo fue uno de los que escondieron las reliquias de san Isidro y de santa María de la Cabeza. «Guardó fielmente el secreto, aun a costa de la vida», refiere Alfaya. En la checa de Porlier, en la que estuvo preso, le interrogaron y torturaron para averiguar dónde estaban escondidas las reliquias. Fue asesinado en Paracuellos, un día indeterminado de 1936.
ALFA Y OMEGA
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