Salía de la sacristía camino el confesionario, cuando se me acercó un
hombre con un ramo de claveles, en plena lozanía, en su mano derecha.
Su rostro no me era del todo desconocido, pero hacía ya tiempo que no lo
veía en el templo.
-Un amigo, me dijo, no quería traérselos personalmente, y como yo
tenía que pasar por aquí, me rogó que se los entregase, con el encargo
de que los pusiese en el altar,cerca del Sagrario.
-¿Conozco yo a su amigo?, le pregunté.
Sin ningún inconveniente me dio su nombre. Sonreí y le pedí que le
transmitiera las gracias y que pondría enseguida los claveles ante el
Señor. Como así hice, antes de sentarme en el confesionario y comenzar a
atender a los penitentes que ya comenzaban a llegar.
¿Quién era, es, el "amigo"?
Un hombre ateo. Un hombre inteligente y buen profesional, que decidió
romper con Cristo hace ya un buen puñado de años. De vez en cuando
cruzamos algunas palabras, reflexionamos sobre la vida, la muerte, la
amistad, la familia,etc. La complejidad del vivir y de las situaciones
le llevó a encerrarse un poco demasiado en sí mismo, a no querer
complicarse con un Dios a quién no veía, y que además era Uno y Trino; y
para colmo, se había encarnado, se había hecho uno de nosotros..
¡Demasiada carga para su cabeza, comentaba!
Hacía algún tiempo que no lo veía; pero de vez en cuando me mandaba
alguna señal de su "inquietud". A los dos nos dice algo la buena poesía,
y unos meses atrás me envió un papel en el que había copiado estos
versos de " A orillas del Sar", de Rosalía de Castro.
"Yo no sé lo que busco eternamente // en la tierra, en el aire y en
el cielo; // yo no sé lo que busco; pero es algo // que perdí no sé
cuándo y que no encuentro, // aun cuando sueñe que invisible habita//
en todo cuanto toco y veo".
Yo le contesté, también con un escrito a mano, y a tinta, en el que
me limité a recordarle que teníamos que vernos pronto, y terminé
diciéndole: "Tu no buscas "algo"; tu buscas a "Alguien", y lo
encontrarás. Un abrazo"
El día anterior había leído que en Kazaystan se había construido una
iglesia -catedral de una nueva diócesis- en los terrenos ocupado durante
la última guerra mundial por un campo de concentración y de exterminio
de Stalin y del partido comunista ruso. Mi amigo, en sus tiempos
universitarios soñó con "la liberación del hombre" que prometía Stalin.
Le costó aceptar el engaño y los crímenes, y vivir la dura etapa de
rehacer su espíritu.
Los católicos kazajos rezan por quienes les asesinaron. ¿Habrá
comenzado mi amigo a descubrir a ese "Alguien" que llena de caridad los
corazones de los kazajos para consigan perdonar, y que quiere darle a
él la paz en sus "inquietudes"?
Al comenzar la celebración de la Santa Misa, dejé caer una mirada de cariño sobre los claveles
Ernesto Juliá Díaz
Religión Confidencial
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