Laurent Lafforgue está sentado en un pequeño despacho del Departamento de Matemáticas de la Universidad de Milán. Aún no ha cumplido 48 años, pero tiene el rostro y el físico de un muchacho. Se trata de una de las mentes más aguda de Europa y del mundo.
Premiado en 2002 con la Fields Medal, lo que sería el Premio Nobel de las matemáticas, Lafforgue no es un intelectual todo aula y fórmulas matemáticas. En los últimos años ha sido protagonista del debate sobre la escuela pública en su país. Y hoy observa con gran perplejidad lo que sucede en Europa y en las sedes de la Unión Europea. Hemos hablado con él del manifiesto de Comunión y Liberación de cara a las elecciones europeas del 25 de mayo.
-¿Qué efecto le ha causado leer este documento?
-Me hace pensar que, en general, no existen instituciones que van en una buena dirección de manera automática, aunque hayan sido creadas, en su origen, con buenas intenciones. No se pueden crear instituciones que sustituyan a la libertad humana para ir en la dirección del bien. Si por azar las ideáramos, acabaríamos por crear máquinas perversas. Lo vemos en el proyecto europeo, que está llevando a cabo aberraciones cada vez más grandes, contrarias al espíritu de los padres fundadores.
-¿Se siente europeo? ¿En qué sentido?
-Sí, en muchos sentidos. Ante todo, soy cristiano, aunque en sí el cristianismo no es una religión europea. Soy europeo por cultura. Soy un científico, en el sentido de que participo a una ciencia que ha sido elaborada por primera vez en Europa, aunque actualmente se practique en todo el mundo. Soy europeo también por cultura literaria, porque aunque soy un matemático, siempre me han interesado la literatura y la historia. He pasado mucho más tiempo leyendo que haciendo matemáticas. He leído los grandes autores franceses y la gran literatura nacional de los otros países europeos.
El manifiesto retoma la expresión de Jürgen Habermas relanzada por Benedicto XVI sobre la necesidad de una forma razonable para resolver los contrastes políticos, que debe ser un «proceso de argumentación sensible a la verdad». ¿Qué significa para usted?
Hoy, en el ámbito jurídico por ejemplo, se concibe el derecho como una construcción formal y arbitraria. De este modo se abandona deliberadamente la cuestión de la verdad. Si se hace esto es porque se ha perdido “el sentido de la verdad”. En el mundo moderno lo hemos perdido en gran parte porque buscamos la verdad con el criterio de la objetividad perfecta. Desearíamos una máquina que encontrara la verdad de manera automática en nuestro lugar. Como ya no somos sensibles a la verdad, necesitamos que alguien lo sea por nosotros. Pero no existe un mecanismo que lo sea: las instituciones, un régimen político, una constitución… Hoy vemos las consecuencias de la pérdida de la sensibilidad a la verdad y, al mismo tiempo, no tenemos recetas para volver a encontrar esta sensibilidad. Nosotros, como cristianos, intentamos ser humildes sobre este tema.
-¿En qué sentido?
-El cristianismo dice que frente a la verdad somos muy frágiles. No sólo nuestro sentido moral está herido, pues somos pecadores, sino que también nuestra inteligencia está herida. Y por lo tanto estamos expuestos al error en todo momento. Y para protegernos del error, esperando recorrer el camino de la verdad, no tenemos mejor recurso que la oración, que dirigirnos a Dios y rezar humildemente que nos ilumine, porque hacemos experiencia de errores monumentales, a veces de manera individual, otras de manera colectiva. Hoy asistimos a cosas aberrantes, pero si miramos la historia vemos que muchas cosas que ahora consideramos horribles, en el momento en que se realizaron no eran percibidas como tales. Nuestra inteligencia es tan débil como nuestra voluntad. Necesitamos dirigirnos a Dios y pedirle que nos ilumine. Esto no nos dispensa de utilizar el rigor de la razón, no nos dispensa del ser inteligentes.
-¿Cuál es la aportación que el cristianismo puede dar a Europa?
-No hablaría de contribución del cristianismo, sino de Cristo. En el fondo, a nosotros cristianos no nos interesa “el cristianismo”. Hay personas que se interesan por él, tal vez personas no cristianas, que quieren ver los efectos de la fe cristiana en la historia, lo que los cristianos han hecho bien y mal. Los frutos de la Iglesia. Pero para nosotros, ser cristianos no es hacer algo con el cristianismo; es dirigirse a Cristo. Esto no significa que no tengamos interés en la historia, porque en parte hemos conocido a Cristo a través de la tradición. Estamos vinculados al Cristo histórico a través de una cadena histórica. Hoy, el sentimiento que domina en mí es que sin Cristo estamos perdidos. ¿Se acuerda usted de ese pasaje del Evangelio en el que Jesús ve a la multitud y se conmueve, porque eran «ovejas sin pastor»?
-¿Ser cristianos frente al mundo es decir esto, que Cristo es la respuesta a la necesidad del hombre?
-Me turba una frase de San Pedro: «Señor, no entendemos todo lo que dices, ¿pero adónde iremos? Sólo Tú tienes palabras de vida eterna». Me sorprende, intento hacerla mía y me doy cuenta de que no soy el único que se siente así. Pero sé también que no es hacia dónde va en general la sociedad. Veo que la mayor parte de la gente está desesperada y lleva una existencia frenética intentando olvidarlo de todos los modos posibles. La gente sabe que está perdida y la mayor parte piensa que es algo irremediable.
-Usted ha participado en el debate sobre la escuela en Francia. ¿Qué le ha impulsado a participar y cuánto ha contado para esto su ser cristiano?
-La fe cristiana hace que las personas estén atentas y da razones para transmitir la vida, lo que significa traer hijos al mundo, pero también transmitir la vida intelectual. Hoy, el fondo del problema de la escuela es que ya no sabemos por qué se debe transmitir el saber. Hay una duda profunda sobre todo lo que somos capaces de trasmitir. También el ambiente intelectual y universitario duda del valor de lo que hace. Y además se duda sobre el valor de la vida. Hoy, todas las sociedades europeas tienen pocos hijos y tienen pocos hijos porque dudan que la vida tenga verdaderamente un valor. A nosotros cristianos el valor nos lo hace ver Cristo. Es el vínculo con él lo que da razón del valor de la vida: no a nivel intelectual, no es una teoría que justifica la vida. Si estamos dirigidos hacia Cristo, el valor de la vida es una evidencia sensible, visible. Es el valor de la vida en toda su plenitud. Por otra parte, para enseñar a las personas, no es suficiente tener conciencia de que la vida tiene un valor, es necesario tener una idea de qué es el hombre. ¿Quiénes son estos jóvenes a los que tenemos que enseñar? Si no sabemos quiénes son, si pensamos que son material manipulable arbitrariamente, no se necesita enseñar esto o aquello. Todo es opinión. Si estamos dirigidos a Cristo, vemos al hombre a través de Él. Cristo es el modelo de hombre y también es el modelo de maestro.
-Para usted, ¿ver al otro como un bien es una necesidad? ¿Puede ser un hecho de construcción?
-En el ambiente científico, el otro puede ser alguien que me enseña algo, pero puede ser también un competidor. La actitud general entre los científicos es ambivalente. Sin embargo, hay otro nudo en el ámbito científico que está presente en toda la sociedad europea: el papel de los jóvenes. ¿Consideramos a estas personas nuevas como un bien? En mi opinión, no. Lo veo en mi ambiente; y en Italia la situación es dramática. Las sociedades contemporáneas no saben qué hacer con los niños y los niños se convierten en jóvenes. Sucede lo mismo con los ancianos, que al final de su vida ya no son considerados un bien. Hemos llegado a esto porque hemos perdido el sentido de la persona como bien. Hoy pensamos que la persona es un bien sólo si es eficaz, si es capaz de desarrollar tareas. Pero no es un bien en sí misma.
-Es un problema muy europeo.
-No solo. En China, ¿la persona está considerada un bien en sí misma? Diría que no. Las personas, para justificar su propia existencia, deben combatirse entre ellas. Si no tienes éxito, si no acumulas dinero… Cada uno debe motivar el propio valor. No somos un valor en nosotros mismos.
-Si pudiera decir sintéticamente si es posible un nuevo inicio, ¿qué diría?
-Sólo el Espíritu Santo puede generar un nuevo inicio. Sólo con las fuerzas humanas es imposible. En Francia, el año pasado vimos al Gobierno proponer una ley para desnaturalizar el matrimonio pero, ante la sorpresa general, se produjo una oposición muy fuerte. Millones de personas se manifestaron en las calles contra esa ley y de esas manifestaciones nació el movimiento de los veilleurs. Fue algo imprevisto y nadie sabe cuáles serán sus frutos. Al mismo tiempo, pienso que este movimiento es una consecuencia de las enseñanzas de Juan Pablo II primero y de Benedicto XVI después.
-¿Qué le asombra de estos veilleurs?
-He ido a las vigilias varias veces y les he visto y escuchado. Son jóvenes que se sientan en el suelo en silencio y que escuchan lecturas de textos literarios o filosóficos. Su objetivo es redescubrir los fundamentos filosóficos de la sociedad. En mi opinión, es algo extraordinario. Algo que los partidos políticos no son capaces de hacer. Son personas no violentas, diría incluso extremamente pacíficas. Impresiona. Son una verdadera sorpresa.
-¿Son una esperanza para Europa?
-Para renovar a Europa hay que empezar así. Es inimaginable que los políticos se conviertan de golpe. Y no serán las instituciones quienes los convertirán. Las cosas ocurren a nivel de las personas. Todo ha nacido de manera muy discreta: los grandes movimientos históricos nacen de hechos muy pequeños.
Publicado en Tracce.
Traducción de Helena Faccia Serrano.
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