Nos cuenta Wikipedia que el Kintsugi es un arte nipón, nacido a finales del siglo XV, consistente en arreglar fracturas de la cerámica con barniz de resina mezclado con polvo de oro, plata o platino.
Se da el caso de que antiguas piezas reparadas mediante este método son a veces más cotizadas que otras que nunca se rompieron
La vida está llena de claroscuros. Así que, te pongas como te pongas, tendrás de los dos: espacios muy iluminados y… zonas de penumbra. Acéptalo con “deportividad”.
Me escribía, en este sentido, Begoña: “La vida, como los cuadros, es una obra de arte que tiene sus luces y sombras, y lo que cuenta es el resultado final”.
La vida… un cuadro o… un tapiz precioso en el que aparte de un colorido motivo, nos apuntaba recientemente el Dr. Enrique Rojas, “también hay recosidos y tirones”. Y esos, a veces inevitables, duelen…
En todo caso, ¿cómo valoraríamos la luz si no conociéramos la oscuridad? ¿Cómo veríamos las estrellas si no llegara la noche? ¿Cómo disfrutaríamos de una puesta de sol, de sus colores, de sus contrastes… o del alba?
Hablar del alba y acordarme del país del sol naciente ha sido todo uno:
No sé si conoces el Kintsugi o Kintsukuroi (carpintería o reparación de oro, en japonés).
Nos cuenta Wikipedia que el Kintsugi es un arte nipón, nacido a finales del siglo XV, consistente en arreglar fracturas de la cerámica con barniz de resina mezclado con polvo de oro, plata o platino.
Ello encaja en una filosofía que plantea que las roturas y reparaciones forman parte de la historia de un objeto y deben mostrarse en lugar de ocultarse, incorporarse, y además hacerlo para embellecer el objeto, poniendo de manifiesto “su vida”.
La complejidad de la reparación transforma estéticamente el elemento en el que se ha actuado, dándole así un nuevo valor. De esa manera se da el caso de que antiguas piezas reparadas mediante este método son a veces más cotizadas que otras que nunca se rompieron.
Aunque a veces nos empeñemos en ocultarlas, todos estamos llenos de grietas. ¿Preferimos parecer un vaso inmaculado, manufacturado, sin estrenar? ¿Un recipiente recién adquirido en unos modernos almacenes, que no ha sufrido desgastes derivados de un uso que no ha tenido, de un servicio que no ha dado? ¿O reconocemos ser vasija artesanal, distinta de las otras, con características −cosques incluidos− que la hacen única?
Si alguien te dice que no tiene golpes, “cicatrices”, que se lo haga mirar. Me trae a la memoria eso de “si cumplidos los cuarenta años un día te despiertas y no te duele nada es que estás muerto”. Manifestarse indemne sería propio de una persona falsa o inconsciente; supondría tanto como declarar que no se ha vivido, amado −y por tanto sufrido y gozado−… Porque vivir es que todo eso te pase.
Alguno dirá que sí, pero que la realidad es que nadie quiere sufrir golpes, que a nadie le apetece “quebrarse”. ¡Naturalmente! No somos masoquistas; pero cuando ocurra, míralo como aconseja Víktor Frankl: “Las ruinas son, a menudo, las que abren las ventanas para ver el cielo”.
José Iribas, en dametresminutos.wordpress.com.
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