José Manuel era un buen profesional que ganaba mucho dinero en una multinacional. Tan bien le iban las cosas que frecuentaba todas las fiestas. Sin darse cuenta, ya estaba inmerso en el cenagal de las drogas y la bebida.
Cuando quiso reaccionar era demasiado tarde: perdió el trabajo y a sus amigos. Se quedó solo. Además, como detonante, su padre murió en un accidente traumático. Entonces se hundió del todo.
Durante tres años, no levantó cabeza y aumentó exponencialmente el consumo de drogas y alcohol. Probó a salir de este mundo por medio de varias instituciones, pero volvía a recaer. Un día se acercó por casualidad a la parroquia. La paz del templo le removió y decidió reconciliarse con Dios. Llevaba 20 años sin confesarse.
Al terminar, le pedí un favor. Le presté mi coche y mucho dinero para un encargo de la catequesis. Se quedó asombrado de que confiara tanto en él, dado que todavía no le conocía bien. Al terminar la tarea, se ofreció para ayudar en más cosas. Le había impresionado que confiaran en él, ya que estaba acostumbrado a desconfianzas permanentes.
Desde entonces se encargó de diversas tareas en el voluntariado de la parroquia. Los que le ayudaban a salir de la droga iban apreciando una sorprendente mejoría. Al cabo de unos meses le dieron el alta. Ahora sigue colaborando, da testimonio de su cambio de vida y ha comenzado el Camino Neocatecumenal de nuestra parroquia. Hace una semana ha encontrado un trabajo más estable y está feliz.
Al ofrecer su testimonio, me impresiona cuando recuerda que el día que le di las llaves de mi coche para hacer un encargo parroquial, su vida cambió. La confianza edifica y renueva a las personas.
alfa y omega
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