Ramón fue llamado a filas durante la guerra civil española siendo aún muy joven. No había más remedio que tomar parte en el enfrentamiento fratricida. En lo alto de la loma, parapetado con sus compañeros tras unos sacos de arena, recibió una orden tajante. Era absolutamente necesario conservar ese puesto, costara lo que costase.
Cayó la noche. Heladora. Extraordinariamente fría. Apostado en la ametralladora, Ramón cumplía órdenes. No dejó de disparar durante horas. No faltaban municiones: cajas enteras flanqueaban la máquina de matar. ¡Ra–ta–ta–ta–ta! ¡Ra–ta–ta–ta–ta! ¡Ra–ta–ta–ta–ta! Horas de un ruido ensordecedor. Tras ese infierno de fuego a discreción, el arma calló por completo. Ya no se oía nada. Ramón esperó unos minutos. Nada se escuchaba. Y él, derrengado por el esfuerzo y exhausto por la tensión, se tumbó en el suelo y durmió.
Cayó la noche. Heladora. Extraordinariamente fría. Apostado en la ametralladora, Ramón cumplía órdenes. No dejó de disparar durante horas. No faltaban municiones: cajas enteras flanqueaban la máquina de matar. ¡Ra–ta–ta–ta–ta! ¡Ra–ta–ta–ta–ta! ¡Ra–ta–ta–ta–ta! Horas de un ruido ensordecedor. Tras ese infierno de fuego a discreción, el arma calló por completo. Ya no se oía nada. Ramón esperó unos minutos. Nada se escuchaba. Y él, derrengado por el esfuerzo y exhausto por la tensión, se tumbó en el suelo y durmió.
Amanecía cuando despertó al horror. Jamás lo olvidaría. Frente a él, una alfombra de hombres muertos por el fuego de su arma. De ambos ejércitos. Todos muertos. Todos. También los suyos, sus compañeros. Ni un alma sobrevivió a aquel espectáculo de destrucción. La suya. La única. Solo entonces se dio cuenta de lo que había hecho.
Hasta que murió a la edad de noventa y seis años, Ramón padeció súbitos ataques de pérdida de conciencia. Permanecía con la vista en blanco durante minutos que parecían horas. Por su imaginación y memoria pasaba toda esa historia de espanto acaecida una noche de invierno.
Esa noche es hoy. Quien actúa a ciegas somos tú y yo. La sociedad y la cultura pasan por una noche cerrada. Algunos la llaman crisis, y no es solo económica, sino sobre todo en las costumbres. En muchas ocasiones, se adopta la solución de Ramón, disparando sin cesar mientras el sol está oculto. ¿Exagero?: diversiones sin límite, ausencia de compromiso, infidelidades matrimoniales, vidas que avanzan bajo el único y exclusivo horizonte del consumo, educación permisiva, falta de lucha por la instrucción, intolerancia con el hecho religioso… ¿Te escandaliza esta reata? Es terrible, sí, tan terrible como real.
Un día cualquiera, cada persona que haya vivido desenfrenadamente, cada sociedad que haya habitado en la historia sin tino ni freno, despertará. Suele pasar... Pasa siempre. Y la consecuencia no es muy distinta de la historia de Ramón. Muchos muertos por el pecado. Demasiados. Un panorama espeluznante. Piénsalo un momento: mientras es de noche, ¿no será más razonable estarse quieto?
¿Qué es lo que hace incomprensible el matrimonio para tanta gente? La dureza de corazón. En el siglo XXI como en tiempos de Jesús. A tus amigas y amigos como a los fariseos.
El alma está herida y la voluntad es frágil. Una experiencia horrible vivida en la infancia y juventud puede ser motivo suficiente para desesperar en el deseo de formar una familia. Basta haber vivido en un hogar roto. Al mismo tiempo, un proyecto de vida inmoderado es enemigo de la estructura familiar, tan necesitada de sacrificio.
Si uno solo busca disfrutar en dos dimensiones –viajar, comprar, moda, automóviles, comodidad, «experiencias», yo, yo, yo–, ¿cómo va a querer abrirse al don maravilloso de los hijos? Además, esa ausencia de espíritu de sacrificio es tan abundante como irreal, puesto que aspirar a una vida sin sufrimiento es imposible. No existe; sencillamente no la hay. Y por eso, cuando llega, parece que la culpa deba ser del otro, o de la química.
Si uno solo busca disfrutar en dos dimensiones –viajar, comprar, moda, automóviles, comodidad, «experiencias», yo, yo, yo–, ¿cómo va a querer abrirse al don maravilloso de los hijos? Además, esa ausencia de espíritu de sacrificio es tan abundante como irreal, puesto que aspirar a una vida sin sufrimiento es imposible. No existe; sencillamente no la hay. Y por eso, cuando llega, parece que la culpa deba ser del otro, o de la química.
Renovar el corazón y hacerlo de carne para que se pueda unir a otro corazón, igualmente humano, y formar una sola cosa. Dos almas. Dos cuerpos. Una cosa sola. ¡Eso es el matrimonio! Fecundo por su misma naturaleza, partícipe del mismo Espíritu de Dios que es dador de vida. Una aventura extraordinaria, que puede dar sentido a una vida entera.
Restablecer la dignidad del matrimonio es sinónimo de recordar la dignidad de la mujer y el hombre, y su infinita capacidad de amar. Cuando Juan Pablo II introdujo en las letanías del rosario la jaculatoria «Reina de la familia» anunciaba el peligro que acosaba a esa institución. Hoy es ya una realidad: de la profecía al cumplimiento. De ahí nuestra plegaria. Madre del amor hermoso, protege nuestras familias, protege a cada familia.
Fulgencio Espá
Fulgencio Espá
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