Su pierna estaba llena de gusanos. Había salido de una
alcantarilla. Era medio hombre y medio animal. Aquella mujer, pequeña,
insignificante... le trataba con un amor exquisito, sobresaliente. Le cuidaba,
le acariciaba y le limpiaba con todo el cariño que nadie es capaz de dar; amor
a lo divino.
Al ver cosas como esta –o parecidas– un periodista que en
ese momento entrevistaba a aquella mujer le preguntó: —Esto que hace usted yo
no lo haría ni por un millón de dólares; a lo que la Madre Teresa de Calcuta
respondió: —Yo, por un millón de dólares, tampoco lo haría.
La alegría y un amor extraordinario por los demás eran los
distintivos que se detectaban en la Madre Teresa nada más conocerla.
En estos meses me han llegado muchas peticiones de todas
partes para pedir más informacíón sobre el Año de la Fe. Esto me ha animado a
iniciar a partir de ahora un recorrido completo de la fe de Jesucristo. Confio
en que ayudará a todos. A los creyentes, a los que hayan perdido la fe o a los
que no la hayan tenido nunca.
DICHOSOS VUESTROS OJOS PORQUE VEN
Pocas cosas se desean tanto en la vida las personas, unas a
otras, como la alegría y la felicidad. Expresiones como «felicidades», «que
seáis felices»..., se encuentran todos los días, en todos los idiomas y lugares
de la tierra. Se expresa el deseo de algo muy valioso y apreciado. Y pocas
cosas, quizás, se alcanzan con menos frecuencia que ésta de la felicidad.
También en el caso en el que se pongan todos los ingredientes que los hombres
consideran necesarios para conseguirla.
Da la impresión, en ocasiones, de que este tipo de palabras
—felicidad, alegría, gozo, paz, etc.— expresan realidades que se parecen más
bien a raras monedas de coleccionista, de gran valor y difíciles de encontrar.
¡Cuánto no daríamos por un mes, por un día, o al menos por una tarde de profunda
alegría!
Muchas mujeres y hombres, escépticos de que exista la
felicidad, han inventado sucedáneos. Y a estos sucedáneos les han dado nombres
que en realidad no les corresponden: a la tranquilidad la han llamado paz; a la
carcajada, alegría; al placer pasajero, felicidad; etc. Sin embargo, esas
realidades, verdaderas y profundas, que tienen un mismo origen, existen
realmente y están al alcance de la mano. Muchos no las consiguen porque van a
buscarlas, a veces con ahínco, precisamente donde no se encuentran: como si
fuéramos a buscar piedras preciosas a una tienda de ultramarinos.
Los cristianos sabemos que la alegría y la paz verdaderas se
encuentran en Dios. Y estamos en condiciones de mostrarlo a los demás.
En cierta ocasión, el Señor se dirigió a sus discípulos y
les dijo: Dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen (Mt
13, 16). Les llama dichosos, felices y les da el motivo de su felicidad: no
ciertamente porque sean ricos y poderosos, o sean invulnerables al dolor, a la
enfermedad y a las dificultades, sino porque sus ojos ven y sus oídos oyen lo
que tantos hombres esperaron anteriormente. Son dichosos, exclusivamente porque
están abiertos a la fe, a Cristo.
La fe es un gran regalo que Dios nos hace pero es también un
acto profundamente libre y humano. La fe encierra la verdad plena sobre Dios y
sobre el hombre. Y Jesucristo nos la enseñó pacientemente durante toda su vida.
La fe es razonable. Con su claridad y belleza inunda la mente y el corazón
humano. Le ayuda a responder a todos los interrogantes que tenemos en el
corazón. La fe, en fin, despierta una sed infinita de conocer y amar. Sed que
solo puede saciar el que muestra con sus palabras y su vida que es la Verdad y
el Amor. Lo iremos mostrando poco a poco.
El Papa dedicó a la cuestión: ¿Qué es la fe? Una catequesis
admirable que os ayudará. Podéis leerla AQUÍ
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