Soulino Sphabmixay apenas era un niño cuando su familia tuvo que huir de Laos. El triunfo de la revolución comunista les condujo a España, donde llegaron en 1980 como refugiados políticos. Este largo viaje fue un instrumento de Dios para acercarle a la fe.
En Laos asistía a un colegio católico llamado Notre Dame. Y aunque allí sólo recibí unas nociones básicas sobre el cristianismo, considero esa experiencia fundamental para mi posterior bautismo. La bondad y le profunda fe de aquellas monjas se quedó grabada en mi memoria de niño. A su vez, un Dios personal, un Dios que moría en la cruz, era para mi algo sorprendente, que llamó profundamente mi atención.
Y todavía eras alumno de esa escuela cuando tuvisteis que salir del país ¿Podrías relatarnos ese episodio?
En un primer momento sólo escapamos mi padre, mi hermano y yo. Atravesamos el río Mekong con la esperanza de recibir asilo en Tailandia y poder traer con nosotros más tarde a mi madre y mi hermana. Estuvimos un mes en prisión y luego los militares tailandeses nos llevaron a un campo de refugiados. Una vez allí, mi padre envió a unos hombres para que trajeran a mi madre y mi hermana, que aún permanecían en Laos. Y gracias a Dios en esa aventura, trágica aventura, no perecimos ninguno: nos hemos salvado toda la familia.