Mientras la madre batía los huevos y preparaba todo lo oportuno, los niños se agolpaban en la mesa, y se sorprendían al ver a su padre, cansado, de rodillas junto al hogar. La madre en los pucheros, como diría santa Teresa, y el padre en adoración. Todos rezaban el rosario.
Así el pequeño Carlo comprendió que Dios es más fuerte incluso que su padre, y más tierno incluso que su madre. Así es la fe humilde. Y así debe ser nuestra fe y nuestra oración: arrodillada.
Fulgencio Espá
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