Las caídas y derrotas, cuando las arropamos bien con la penitencia, el dolor y la contrición, se convierte en victorias.
Son una ocasión de crecer en humildad, de darnos cuenta de lo poco que podemos nosotros solos, y una oportunidad de volver a empezar con la experiencia de nuestra debilidad. Y encima, si acudimos al sacramento de la confesión, recibimos la gracia, que es el mejor de los regalos.
Jaime Sanz
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