martes, 24 de marzo de 2015

Agustín de Hipona: "MI amor es mi peso"

   
   San Agustín anduvo buscando a Dios, durante años, pero no lo encontraba. Su corazón le traicionaba, porque no acababa de estar libre del egoísmo y la sensualidad. Notaba que, por mucho que luchara, siempre acababa cayendo en las mismas cosas. Sentía que su corazón le tiraba hacia abajo, y por eso acuñó una frase muy conocida: «mi amor es mi peso».

   El peso para los antiguos no tenía relación con la masa de los cuerpos, como ahora. Ellos no conocían la ley de la gravitación de Newton, sino que entendían que las cosas caían al suelo por semejanza. Así, la tierra atrae a la tierra, hacia abajo; y el fuego al fuego, hacia arriba. Aplicado al alma, la enseñanza es clara: el espíritu atrae al espíritu.

   Cuando san Agustín dice que su amor es su peso, afirma que el corazón se siente atraído por aquello que es semejante a él: de modo que, si uno en su corazón tiene lo bueno, se sentirá atraído por lo bueno; si tiene lo malo, irá –tarde o temprano– a lo peor, por más que se empeñe en lo contrario.


Por eso, tenemos que poner empeño en hacer lo bueno, pero sobre todo tenemos que pedir con humildad a Dios el deseo de querer lo bueno. Si en vacaciones rezamos menos, si en Semana Santa nos perdemos en las tentaciones y nos atrae la impiedad o la sensualidad es porque, en el fondo, ahí hemos puesto nuestro amor: es lo que de verdad tira de nuestra alma, aunque nos cueste admitirlo.

Tenemos que pedirle a Dios desear sinceramente lo bueno. Seguir insistiendo estos días: Dame, Señor, un corazón puro. Porque es posible. Hay personas que no pueden dejar de rezar. Se lo pide el alma. Hay otras que serían incapaces de ser lujuriosas. Les atrae la pureza. Seguro que tienen tentaciones –¡porque son humanos!–, pero las superan con la ayuda de Dios. Su amor es su peso: y porque aman las cosas buenas les atraen esas mismas cosas.

«Del corazón provienen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, fornicaciones, hurtos, falsos testimonios, blasfemias» (Mt 15, 19). El pecado consiste en hacer alguna de estas cosas, pero el origen del mal está dentro del corazón, que es de donde brota lo bueno o lo malo que hacemos.
¡Qué importante es tener un corazón puro! Jesús nos anima a ello con palabras duras: «Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón» (Mt 5, 28). Es una afirmación muy dura, pues no es lo mismo desear una mujer que de hecho poseerla. Sin embargo, Jesús llama a ambas cosas «adulterio», porque es muy consciente de que la tarea verdaderamente importante, de la que depende que uno sea bueno o malo, feliz o desgraciado, consiste en lograr un corazón tan puro que el mismo deseo del adulterio le repugne.

Disfruta –reza– con palabras de poeta, que es literatura, pero también oración. «No consigo dormirme. Estoy enamorado y, cuando estás así, lo mínimo que puede sucederte es no dormir (…). Y además es extraño, porque todo te parece bonito. Haces la misma vida de siempre, con las mismas cosas y el mismo aburrimiento. Después te enamoras, y aquella vida se hace grande y distinta».
Sabes que vives en el mismo mundo que Beatriz y entonces, ¿qué importa todo lo demás? «No te importa, porque sabes que aquellas cosas pasan. Sin embargo, el amor, no»[1].

Mi amor es mi peso. ¿Qué es lo que realmente amo del mundo que habito, hoy igual que ayer, e idéntico a mañana? Delante de ti nace el secreto de una paz muy grande: el amor verdadero.

(1) A. D’Avenia, Bianca come il latte, rossa come il sangue (Milano 2011) 31-32.

Fulgencio Espá

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