Hacía meses que la guerra había acabado cuando, un día, San Josemaría tuvo que coger un taxi en Madrid. Como era su costumbre, enseguida se puso a charlar con el conductor, a hablarle de Dios, de la santificación del trabajo y de la convivencia, y de olvidar la desgracia por la que había pasado España.
El taxista le escuchaba y no abría la boca. Cuando llegó a su destino y se bajó don Josemaría, aquel hombre le preguntó:
- "Oiga, ¿dónde estaba usted durante el tiempo de la guerra?"
- "En Madrid", le contestó el sacerdote.
- "¡Lástima que no le hayan matado!", replicó el taxista.
No dijo una palabra don Josemaría. Ni hizo el más leve gesto de indignación. Antes al contrario, con mucha paz preguntó al taxista:
- "¿Tiene usted hijos?" Y como el otro hiciese un gesto afirmativo, añadió al precio de la carrera una buena propina:
- "Tome, para que compre unos dulces a su mujer y a sus hijos".
Andrés Vázquez de Prada. El fundador del Opus Dei, vol. II, ed. Rialp. p. 383
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