Querido Juan Sebastián, ilustre guipuzcoano, de profesión navegante, héroe de la flota española:
Naciste en Guetaria, junto al Cantábrico a mediados del siglo XV cuando la Corona de Castilla miraba al Atlántico y soñaba con nuevas rutas sobre el océano, con tierras vírgenes y tesoros fabulosos. Tú participabas de esos afanes y muy pronto te echaste a la mar. Tras intervenir en diversas aventuras bélicas en África e Italia, te enrolaste en la expedición del portugués Magallanes cuyo objetivo era bordear el Continente americano en busca de un estrecho que abriera el camino occidental hacia la Isla de las especias.
Erais 256 hombres. Salisteis de Sanlúcar de Barrameda el 20 de septiembre de 1519: tú como contramaestre de la nao Concepción, una de las cinco que componían la escuadra; pero el destino te reservaba otro papel. Tras la muerte de Magallanes en Filipinas, tomaste el mando de la única nave que no fue destruida, la Victoria, y con ella regresaste a Sanlúcar, después de dar la vuelta al mundo con sólo 17 héroes. El resto se dejó la vida en la empresa.
El Emperador Carlos quiso que en tu escudo de armas figurase un gran globo terráqueo con una leyenda en latín: primus circumdedisti me: "me rodeaste el primero".
Querido Juan Sebastián, lo tuyo fue admirable, sin duda, pero lamento decirte que el globo terráqueo ya no es lo que era. En tus tiempos darle la vuelta era toda una epopeya, pero las cosas han cambiado. Ahora decimos que el mundo es un pañuelo y por cierto que lo es; se nos ha ido achicando poco a poco hasta convertirse en una pequeña aldea esférica. Rodearla está al alcance de cualquiera. Ni siquiera hace falta salir de casa; basta con dejarse guiar por uno de los cientos de satélites artificiales que giran y giran en torno a la Tierra.
No has entendido una sola palabra, ¿verdad? A ver si me explico mejor. Ahora mismo, mientras te escribo, puedo ver en una pequeña pantalla luminosa lo que ocurre en cualquiera parte del Globo, y hasta hablo cara a cara con un sobrino mío que vive en un poderoso imperio llamado Estados Unidos, situado al norte del antiguo Virreinato de Nueva España. Y, gracias a esa misma pantalla, puedo asistir a los más importantes acontecimientos deportivos, culturales o bélicos.
Todo esto es muy útil, pero tiene serios inconvenientes. Imagínate: un estornudo de la economía china puede resfriar a los banqueros de Europa y llevar a la ruina a una viuda de Albacete. Una enfermedad que afecte a un pequeño poblado africano salta todas las fronteras, da la vuelta al mundo y en pocos días corre el riesgo de convertirse en pandemia universal. Una pelea entre dos tribus o comunidades de cualquier continente quizá se transforme en guerra mundial —todos contra todos— y favorezca la fabricación y venta de armas terribles capaces de destruir la tierra. Por no hablar de los millones de hombres, mujeres y niños que darían, como tú, la vuelta al mundo con tal de huir de guerras, el hambre y la miseria.
Es lo que llaman la "globalización", querido amigo. Significa que ahora todo está muy cerca: la miseria de los miserables y la opulencia de los poderosos; el progreso tecnológico y la absoluta carencia de medios; la hambruna de unos y la indigestión de otros; el Estado del bienestar y las pateras.
Nunca han vivido tan juntos Epulón y Lázaro. Por eso la pobreza es más real y bochornosa. Los epulones del primer mundo notan el canguelo y se apresuran a levantar muros o a esconder sus riquezas como urracas espantadizas. El terror también se ha globalizado.
Gracias a Dios, no todos son así. Millones de personas saben ya que la solidaridad no debe levantar fronteras de territorio, raza, lengua o religión. Y ahora mismo miles de jóvenes pasan sus vacaciones de verano en el fin del mundo cuidando ancianos y enfermos, reconstruyendo viviendas o trabajando codo con codo con los más castigados por catástrofes naturales o por las guerras.
Ellos también son héroes, tanto como tú, querido navegante.
Enrique Monasterio
pensar por libre
No hay comentarios:
Publicar un comentario