Me llama Jaime desde el hospital para anular una cita que teníamos pendiente:
—Me han internado en La Paz porque tengo una neumonía de caballo. Ahora estoy mejor, pero lo he pasado muy mal.
—¿Y qué dice el médico?
—Que, con tanto aire acondicionado es normal …
Estoy seguro de que el neumólogo en cuestión no piensa que tener pulmonía sea normal. Corriente, sí; sobre todo si uno se enchufa en los pulmones un vendaval refrigerado.
Normal y corriente ¿son lo mismo? A primera vista diría que sí. Hay una normalidad estadística a la que habitualmente recurrimos para calificar todo aquello que es habitual, por muy extraño o anormal que nos parezca. El diccionario de la Academia avala este significado.
Hace treinta años mi amiga Chus estrelló su cochecito recién estrenado en una conocida fuente pública. Eran las tres de la madrugada y salía de la disco bien cargada de vodka con tónica. El agente de tráfico que acudió al incidente explicó a la audaz conductora:
—Con la cantidad de combustible que llevas en tus venas es normal que tu coche vuele.
Lo reconozco, soy un maniático de las palabras. En este caso yo habría dicho "es lógico" o incluso "es inevitable", pero me resisto a llamar "normal" a lo que sólo es corriente.
Si (Dios no lo quiera) se declarara una epidemia de gripe en Madrid y el ochenta por ciento de la población cayese enferma, entiendo que lo normal sería estar sano y lo corriente, tener fiebre alta y dolores por todo el organismo. Esto no es sólo el juego de palabras de un viejo chiflado. El problema radica en que nuestra cultura dominante supone que la normalidad de un hecho, de unas ideas o de una conducta depende exclusivamente del número de veces que se repita ese hecho o de la cantidad de personas que defiendan esas ideas o se comporten de ese modo.
Vayamos al grano. Os aviso: ya os podéis ir rasgando las vestiduras. Con el calor que hace hoy en Madrid no corréis el menor riesgo de resfriaros.
Ayer por la tarde tuve que acercarme al centro y logré circundar a duras penas la manifestación del "orgullo gay", que se había hecho fuerte en la Castellana. No pude evitar, sin embargo, ver el espectáculo festivo, carnavalesco, peleón, abigarrado, estrambótico, sudoroso y un tanto hortera, del cortejo reivindicativo.
Mientras lo contemplaba en silencio desde el interior del coche me pregunté si todo aquello era "normal". Kloster, que, como siempre, viaja a mi lado de copiloto me respondió:
—Es sólo corriente, colega; pero cada día más corriente. Y no sólo porque están saliendo del armario de mil en mil, sino sobre todo porque hay un proselitismo gay agobiante y subvencionado. Quieren convencernos de que el sexo se elige como el color de una camiseta o el modelo de un automóvil; que lo natural se identifica con lo que a uno le apetece, y como no es difícil cambiar "el apetito" de chicos y chicas, sobre todo en la primera adolescencia, están fabricando armarios en serie para que entren jovencitos y jovencitas en busca de experiencias nuevas. Antes a esto se le llamaba "corrupción de menores" y se contemplaba en el código penal. Ahora se incluye en los planes de educación.
Recordé entonces a un chaval de primero de bachillerato que vino a la capellanía para contarme que era gay, que estaba muy contento porque había comprendido que era normal.
—Ya he tenido seis parejas —añadió—.
—¿Y de verdad te parece normal —respondí—? ¿A los dieciséis años, seis parejas? En mi opinión tienes un problema serio, una obsesión sexual, y deberías hacértela mirar cuanto antes. Quizá todavía estés a tiempo.
Me temo que éste es el verdadero problema de muchos,
Enrique Monasterio
pensar por libre
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